LA CRISIS SIRIA, TODAVÍA LEJOS DE UNA SOLUCIÓN
Una pieza en el tablero global
Aunque la intervención rusa frenó la “solución” militar impulsada por Estados Unidos y la destrucción del arsenal químico es un paso adelante, la viabilidad de una paz duradera en Medio Oriente sigue siendo incierta.
El conflicto ha causado cien mil muertos, la mitad de ellos entre civiles. Y los refugiados son más de tres millones.
Foto: Telam
A juzgar por las páginas que ocupa en los diarios o los minutos que le dedica la televisión, la crisis Siria pareciera haber terminado. Lejos de esto, el conflicto plantea una dificultad de análisis fundamental: es contemporáneo de estas líneas y lejos parece estar de su conclusión.
El actual conflicto bélico tiene diversas aristas. La primera puede ser analizada desde el punto de vista de los actores: enfrenta al gobierno de Bashar Al-Asad mediante sus fuerzas armadas y la llamada Coalición Nacional Siria, integrada por diversos grupos civiles armados y escisiones de las fuerzas militares.
La segunda puede ser observada desde el punto de vista internacional, donde las potencias dominantes y en ascenso del orden global se encuentran divididas entre el apoyo al régimen vigente, en las figuras de Rusia y China, y la condena internacional de los Estados Unidos y la Unión Europea.
Luego, existe una tercera vía de aproximación al conflicto donde pueden ser evaluadas las relaciones de poder en las relaciones internacionales y las temáticas involucradas: configuración nacional, derechos humanos, armamentos químicos o el papel de los organismos internacionales.
La propia definición de guerra civil encierra también dificultades que dividen a los analistas. Por un lado, el gobierno de Bashar Al-Asad sostiene que la guerra contra el terrorismo es el objetivo de sus “intervenciones”; pero es imposible disociar el actual enfrentamiento del estallido de las revoluciones de la Primavera Árabe, que hicieron temblar a los gobiernos de Bahréin, Egipto, Túnez y Libia. Al igual que en este último caso, la respuesta desde el aparato gubernamental ha sido sangrienta.
Desde las primeras protestas que llevaban por consigna la ampliación de libertades hasta el cambio del gobierno hereditario por parte de Al-Asad, la respuesta fue intensificándose. Ese crecimiento fue concentrando fuerzas hasta conformarse el Ejército Libre de Siria localizado en el norte del país, que fue recibiendo armamento por parte de los Estados Unidos y la Unión Europea mediante sus aliados. Esta capacidad fue fundamentalmente permitida por el apoyo de Turquía. A mediados de 2012, los enfrentamientos llegaron a la capital del país y la histórica ciudad de Alepo.
Dentro de la coalición que se enfrenta al gobierno de Al-Asad, las posiciones son muy distantes y, de resultar triunfantes, podrían explotar a la hora de decidir efectivamente el futuro del país.
Los organismos internacionales se han visto sobrepasados en sus capacidades para frenar el corredero de sangre y esto incluye desde los más amplios, como Naciones Unidas, hasta los regionales, como la Liga Árabe.
Las cifras son preocupantes. Los muertos parecen sobrepasar los cien mil, de los cuales la mitad, según se calcula, son víctimas civiles. Los refugiados superan los tres millones. Los costos materiales resultan incalculables. En ambos casos, continúan en aumento.
Los crímenes de guerra y las violaciones a los derechos humanos no han cesado. A mediados de agosto, se registró un ataque químico —conocido como la Masacre de Guta y considerado el peor de ese tipo en los últimos 25 años— en el que murieron 1500 personas y 3000 resultaron heridas.
El 14 de septiembre pasado, Rusia y Estados Unidos firmaron un acuerdo referente al Desarme Químico de Siria. De este modo, pareciera haberse frenado el avance hacia una operación militar estadounidense que podría haber seguido el derrotero antes observado en Afganistán e Irak. Sin embargo, el cambio fundamental en la posición de Rusia, que de forma robusta presentó sus objeciones, parece haber dado fin a una etapa de transición en la unipolaridad surgida de la Guerra Fría. Tal vez sea éste el rasgo distintivo de la dinámica internacional del conflicto.
Arabia Saudita renunció a su banca rotativa en el Consejo de Seguridad en lo que puede ser interpretado como un llamado de atención al manejo que éste hace de las cuestiones que se suceden en Oriente Medio, entre las que la Cuestión Siria ocupa un espacio de protagonismo. Subyace entonces una crítica acerca de cómo las instituciones internacionales dan respuesta a los problemas del mundo.
Desde el punto de vista del análisis en materia internacional, este conflicto deja importantes interrogantes. ¿Nos encontramos frente a una reedición de una dinámica internacional donde las instituciones internacionales restringen su accionar frente a la mesa chica de las potencias? Frente a esto, abogar por una democratización del sistema internacional resulta fundamental. ¿Existe la posibilidad de un plan sustentable de paz en Medio Oriente? La necesidad de incluir y ampliar a la mayor cantidad de actores en el proceso en lugar de las viejas recetas de imposición parece una demanda de los propios actores. Discutir de una vez por todas las presencia de armas químicas o nucleares no declaradas —como en el caso del arsenal del Estado de Israel— es discutir un factor importante.
En el caso de Rusia y los Estados Unidos, ambos buscaron de forma bilateral una solución al conflicto sirio en cuanto a la cuestión de las armas químicas. Desde un punto de vista del respeto de los derechos humanos, la destrucción del arsenal sirio debe verse vista como un avance. Sin embargo, el hecho de que la negociación parezca haberse detenido allí, agotada en un llamado al diálogo, muestra que se está lejos de una solución sustancial. Los muertos, heridos y refugiados continuarán siendo la característica distintiva.
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