CON LAS FUERZAS LIBERTARIAS Y TRANSFORMADORAS
Reasumir un legado emancipador
El nacimiento de una organización capaz de albergar a todas las variantes que se reconocen en el socialismo es una gran noticia para la democracia, dice el autor. Y plantea la importancia de ensanchar el horizonte de los cambios que se vienen produciendo en la Argentina.
Escribe Diego Tatián *
El nacimiento de una Confederación Socialista hospitalaria de todas las modulaciones y variantes que se reconocen en esta palabra cargada de significado por la aventura del pensamiento libertario es una gran noticia para la democracia argentina, pues irriga las importantes transformaciones en curso de una sabiduría política y una experiencia de militancias y de prácticas acumuladas por el movimiento obrero mundial a lo largo de dos siglos de construcción histórica.
El reconocimiento lúcido de la excepcional singularidad que transita el presente momento social, cultural y político en Latinoamérica coloca al ideario socialista a la altura de su mejor tradición y lo protege de su malversación en formas reaccionarias de alineación con el capital financiero y los poderes económicos, los medios de comunicación concentrados y las patronales agrarias. Precipitar la formación de una “fuerza militante convergente”, capaz de producir significados nuevos y de intervenir en los grandes debates de la hora, presupone afrontar la dificultad de esos debates con la recuperación de un extenso archivo cultural y político compuesto con nombres —de Alfredo Palacios a José Aricó, de Deodoro Roca a Jorge Tula, de Alicia Moreau a José Ingenieros— cuya diversidad sería imposible consignar aquí.
La tarea continúa siendo la que, cuando era candidato a intendente de Córdoba en 1931, Deodoro Roca adjudicaba al socialismo: superar la antítesis entre poder y libertad, que el liberalismo económico pretende contradictorios por naturaleza (“Poder y libertad. Antítesis eterna de la conciencia política argentina. Vamos a superar esa antítesis”); restituir la confianza en la política como forma de vida popular que permite revertir adversidades, resistir las embestidas del privilegio y crear igualdades nuevas (“La política, señores, empieza a regir en todas partes. El socialismo trae a esa vida local [de los municipios] un nuevo sentido, el buen sentido político. No la concibe como una estructura administrativa o un quehacer sórdido, sino como una manera de hacer vibrar las humildes y las grandes cuestiones de la vida humana”); mantener abierta la cuestión democrática no solamente como institución de derechos civiles y políticos, sino también como potencia colectiva de pensar y establecer nuevas formas de generación de la riqueza y distribución de la propiedad en orden a una democracia económica (“La escuela, el ejército, la propiedad y el Estado han de organizarse democráticamente. Sobre todo la propiedad. La ha tocado ahora el turno a la propiedad”).
Cifra de muchos otros, el legado de Deodoro es, finalmente, el de un socialismo latinoamericano antiimperialista que no se desentiende del cuidado de la naturaleza —en su caso expresado como militancia en defensa de los árboles—; que no resigna la universalidad de la cultura; que inscribe el mundo en la aldea y la aldea en el mundo; que subordina la producción colectiva de la riqueza al pensamiento y se sustrae al imperativo sacrificial de una acumulación sin meta.
El documento fundacional de la Confederación Socialista Argentina recupera una inspiración antigua, herencia de estos y otros nombres, para intervenir creativamente en la intensidad del momento político al que ha conducido la larga marcha de la integración latinoamericana.
La democracia argentina ha producido en los últimos nueve años avances decisivos en el reino de la libertad (ley de matrimonio igualitario; despenalización del consumo de drogas; ley de servicios audiovisuales; expansión histórica de la educación pública; desmantelamiento de los efectos sociales del Terrorismo de Estado, reparación jurídica y reconocimiento de las pacientes luchas sostenidas por los organismos de derechos humanos) y en el reino de la necesidad (recuperación del empleo y el salario; legislación laboral que rescata de la anomia a sectores olvidados como el de las empleadas domésticas o los peones rurales; protección de la infancia mediante la asignación universal). En otros términos: la democracia que transitamos ha sido capaz de producir igualdades y reconocer derechos, de afectar privilegios y subordinar la economía a los intereses populares dentro de una institucionalidad expresiva de los conflictos naturales a una sociedad políticamente viva —que los antiguos llamaban República, palabra hoy malversada por derechas de vieja y de nueva laya que la conciben exactamente como su contrario: una pura forma de reasegurar privilegios y bloquear la irrupción de conquistas sociales.
Autoconcebido como una gran hospitalidad hacia las fuerzas libertarias en el actual proceso de transformación de la Argentina, el socialismo es legatario de una responsabilidad primordial: preservar el horizonte de la emancipación de los pueblos, no solo como una resignificación de la economía considerada en tanto organización humana de la vida material —que no es por consiguiente una ley natural o divina a la que estamos sometidos y puede ser distinta de como es—, sino también como un trabajo en y desde la cultura, que reconoce la importancia de las ideas para la vida humana.
Socialismo, pues, como opción política a la que nada humano le es ajeno, capaz de plantear las preguntas correctas en torno a los nuevos movimientos sociales, la literatura, el arte, la filosofía, la economía, el cuidado del mundo, la religión; una opción que registra las fuerzas en conflicto y, afirmativa, a igual distancia del moralismo y el cinismo, activa una militancia, una comprensión y una imaginación radical —nunca separada de la materialidad constitutiva de los dramas sociales— para honrar, en toda su dificultad y sin ingenuidades, el cometido para el que nació: pensar y construir una sociedad no capitalista –lo que equivale a decir: una sociedad de la abundancia autolimitada en la que los bienes son siempre de uso y nunca una propiedad sin empleo cuya acumulación ilimitada condena a los hombres a una sumisión que ya lleva demasiado tiempo.
* Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba
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