A 40 AÑOS DE LA MASACRE DE TRELEW

Memoria de una rebelión fusilada

El 22 de agosto de 1972, y tras un fallido intento de fuga, dieciséis integrantes de las organizaciones armadas fueron asesinados a mansalva en la base aeronaval de esa ciudad. El hecho sacudió al país e hizo aún más notoria la brutalidad de una dictadura que se batía en retirada.

Memoria de una rebelión fusilada
El régimen comandado por Lanusse enfrentaba una formidable resistencia social en barrios, fábricas y universidades.

 

En agosto de 1972, el general Alejandro Agustín Lanusse profundizaba los esfuerzos destinados a construir una salida política capaz de impedir lo que ya se vislumbraba como el inexorable derrumbe de la dictadura. El quimérico proyecto, pomposamente bautizado Gran Acuerdo Nacional, se basaba en negociar con Juan Domingo Perón el fin de la proscripción de su movimiento, la devolución del cadáver de Evita, el reintegro del grado militar y el pago de los haberes adeudados, a cambio del apoyo del líder justicialista a una candidatura militar que garantizara la continuidad del régimen. Pero esta burda maniobra, que Perón aprovechó para armar su propio juego, se enfrentaba con la potencia de las fuerzas populares que, en los barrios, las fábricas y las universidades peleaban por una salida socialista a la crisis del sistema.

Las organizaciones armadas que habían consolidado su presencia en los últimos años de la década del 70 eran parte activa de esa formidable resistencia que se cobró la vida de decenas de militantes y condujo a las mazmorras dictatoriales a centenares de luchadores políticos y sociales. El 15 de agosto de ese mes, un acontecimiento inesperado conmocionó a la opinión pública: veinticinco presos políticos pertenecientes al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros lograron fugar del penal de máxima seguridad de Rawson, en la provincia de Chubut, donde también estaban prisioneros 200 protagonistas de la rebelión popular cordobesa de marzo de 1971 conocida como el Viborazo. Sólo seis de los prófugos —Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena y Marcos Osatinsky— pudieron abordar un avión en el aeropuerto de Trelew que los conduciría a Chile, gobernado entonces por el presidente socialista Salvador Allende, y posteriormente a Cuba. El resto se entregó en el mismo aeropuerto tras acordar, ante la presencia de las cámaras de TV y autoridades judiciales, las debidas garantías para su integridad física.

Los 19 que no pudieron subir a la aeronave eran Ana Villarreal de Santucho, Carlos Astudillo, Eduardo Capello, Carlos del Rey, José Mena, Clarisa Lea Place, Humberto Suarez, Humberto Toschi, Jorge Ulla, Mario Delfino, Alfredo Kohon, Miguel Angel Polti, Mariano Pujadas, Ricardo Haidar, Susana Lesgart, María Angélica Sabelli, María Antonia Berger, Alberto Camps y Rubén Bonet, que fueron trasladados a la base naval Almirante Zar, rigurosamente incomunicados.

A las 3.30 de la madrugada del 22 de agosto, los presos fueron obligados a salir de sus celdas y hacer fila en el pasillo, donde fueron alevosamente ametrallados. Los tres que lograron sobrevivir —Camps, Haidar y Berger— recibieron atención médica recién al mediodía. Berger describió así esos angustiosos momentos: “De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso comienza a disparar su ametralladora sobre nosotros, y al instante el aire se cubrió de gritos y balas. Yo recibo cuatro impactos; dos superficiales en el brazo izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida y el cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al piso, María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace dificultosa, y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar donde le ordenaron integrar la fila, yace Santucho, inmóvil totalmente. Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento provinciano, dando gritos de dolor (...). Escucho más voces que son silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora sólo escucho a nuestros carceleros, que con gran excitación comienzan a inventar una historia que justifique el cruel asesinato, aunque sólo sea válida ante ellos mismos”.

La masacre fue denunciada esa misma tarde en la sede de la Asociación Gremial de Abogados por uno de los letrados de los prisioneros, Rodolfo Ortega Peña. Por la noche, un artefacto explosivo detonó en el local que ocupaba el organismo.

En una nota publicada por el semanario uruguayo Marcha, el periodista Martín Virasoro señalaba: “Diecinueve a cero es una cifra concluyente para estimar que Sosa [el capitán de corbeta que comandó el operativo] es una especie de Batman, si no fuese porque corresponde simplemente denominarlo con el nombre correcto: criminal, asesino, psicópata. Pujadas y el resto del grupo, incluida la mujer de Santucho, grávida de ocho meses, sabían perfectamente que no tenía sentido alguno pretender huir, como lo asevera la versión oficial. Ni estando completamente locos podrían tener la esperanza de que, dada la voz de alarma, pudiesen hacer nada, aún con una metralleta, contra los dos mil hombres de la guarnición, contra los tanques, los carriers, las tanquetas”.

Una ola de indignación se extendió por todo el territorio nacional y se expresó contundentemente en el velatorio de algunas de las víctimas en la Capital Federal, que fue salvajemente reprimido por las fuerzas policiales al mando del tristemente célebre comisario Alberto Villar, que en 1974 sería designado jefe de Policía por el propio Perón.

En Trelew, la bronca tuvo características masivas, al punto tal que, poco antes de que se cumplieran dos meses de la masacre, el Ejército secuestró y trasladó a la cárcel de Villa Devoto a 16 ciudadanos que habían formado parte de la comisión de solidaridad. La respuesta no se hizo esperar: una asamblea de la que participaron miles de personas paralizó la ciudad y resolvió tomar las calles hasta que se liberara al último de los presos. El 27 de octubre, la gesta popular había cumplido su objetivo.

El poeta Juan Gelman resumió con belleza y precisión el significado profundo de este brutal acontecimiento: “Horas se podría estar contando esta historia / y otras parejamente tristes /sin calentar un solo gramo del país /sin calentarle ningún pie /¿Acaso no está corriendo la sangre /de los 16 fusilados de Trelew?/por las calles de Trelew y demás calles del país /¿No está corriendo la sangre?/¿Hay algún sitio del país donde esa sangre/no está corriendo ahora?”

D.V.


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