QUE SE PROPONEN LOS ECONOMISTAS QUE QUIEREN VOLVER AL PASADO

La vuelta de los ajustadores de siempre

Los agitadores del establishment persiguen lo que antes conseguían los golpes de mercado. La misma prédica que atribuía el crecimiento al “viento de cola” asigna las dificultades al modelo que rompió con la herencia de la dictadura.

La vuelta de los ajustadores de siempre
La oposición, que tiene entre sus referentes al ex titular del BCRA Prat Gay, se niega a hablar sobre la crisis de 2001.

Foto: Télam

El modelo económico argentino actual se basa en un tipo de cambio alto, saldo exportador neto, intervención del Estado y regulaciones, control cambiario, gasto público en respaldo del consumo y la inversión, superávit fiscal y reservas internacionales para sostener la expansión monetaria necesaria para el crecimiento. Los capitalistas tratan de impedir que las regulaciones limiten sus ganancias y procuran que el Estado sólo garantice la propiedad y la libertad de mercado; por eso, cuando el Estado trata de cumplir objetivos sociales o de producción o de administrar la escasez de divisas atendiendo intereses más generales, temen que las regulaciones condicionen la acumulación y limiten las ganancias.

El modelo actual se contrapone con el de la dictadura de 1976, que el mercado obligó a mantener en democracia. Aquel modelo anuló las regulaciones adversas al mercado, pero las ventajas que obtuvieron los grupos tradicionales y el capital financiero redujeron el crecimiento y el empleo, aumentaron la pobreza y la desigualdad y la inflación fue más intensa que nunca, hasta que en 2001 el estallido social llevó a un repudio generalizado a la partidocracia.

Por eso, los promotores del ajuste no pudieron impedir que desde entonces se aplicara un modelo de crecimiento, empleo y mejora social. La deuda externa se reprogramó con una quita de 93% a los acreedores, pero los fondos buitre se opusieron al acuerdo. El FMI presionó para conseguir mayores pagos, lo mismo que Alfonso Prat Gay, que entonces presidía el Banco Central y tuvo que renunciar. El rencor del FMI con la Argentina sintoniza con los fondos buitre y con el juez Thomas Griesa, pero no todos los gestores del capital financiero —como Ann Krueger y Prat Gay— creen conveniente discutir los acuerdos y complicar la renegociación de las deudas.

De 2003 a 2008, el modelo se apoyó en la economía global. El crecimiento chino asiático elevó los precios de los commodities y los ingresos de exportación, el producto, la industria, los ingresos y el empleo crecieron a tasas altas. Pero desde 2009 la crisis global y las medidas defensivas de los países centrales modificaron la situación: el ajuste europeo frena las exportaciones, el menor dinamismo chino baja los precios internacionales de los commodities y la política monetaria estadounidense intensificó la apreciación de las monedas emergentes con un descomunal emisionismo de dólares y ahora empuja la depreciación de aquellas monedas con la amenaza de liquidar los estímulos. En 2010 y 2011, el modelo contuvo el efecto recesivo con el gasto público, la emisión y los subsidios, que reforzaron la inversión y el consumo, pero empezaron a complicar el excedente fiscal, las reservas y el tipo de cambio.

La menor competitividad y el menor dinamismo exportador redujeron el crecimiento local y el ingreso de divisas, y el menor dinamismo brasileño golpea a la industria nacional, mientras que la política monetaria estadounidense apreció indirectamente al peso, pues la necesidad de mantener la integración con Brasil —ya afectada por el mayor proteccionismo— contuvo su depreciación oficial, y con el posterior anuncio del fin de los estímulos de la Reserva Federal estadounidense y la rápida devaluación del real, la Argentina debió acelerar la devaluación, de modo que los cambios en el modelo constituyen, en gran parte, una adaptación a las consecuencias de la crisis mundial.

Cuando la economía nacional crecía a tasas chinas, la oposición lo atribuía al viento de cola internacional; ahora, con la economía mundial en crisis, explica el menor crecimiento por el modelo. Su prédica se concentra en la inflación, la inseguridad o la corrupción, que de por sí no definen una estrategia, propicia un ajuste ortodoxo y critica la restricción de divisas, pero no se puede autorizar que la población más rica disponga libremente de dólares para turismo o para invertir fuera del país en una situación de escasez de divisas. La oposición también elude un diagnóstico sobre las características económicas nacionales de la segunda mitad del siglo XX —inflación persistente y lento crecimiento—, de la crisis de 2001 y de la diferente evolución posterior, de la presente crisis mundial y de la manera de enfrentarla. Y desvincula de esos objetivos la reforma del mercado de capitales, que se propone facilitar la transmisión del ahorro doméstico hacia la inversión productiva, y el blanqueo.

Desde que en 2008 el Gobierno debió frenar su avance sobre las retenciones al agro, el establishment y sus partidos procuran devolver el dominio de la política económica al gran poder agrario y financiero y tratan que el Gobierno no pueda impedirlo. Por eso, defienden a los medios opositores que dirigen la batalla y bloquean las reformas a los bastiones del poder tradicional. El objetivo es recrear el Estado débil de los noventa mediante un frente multipartidario que deje de lado el actual modelo para volver a un sucedáneo del vigente en 2001 o forzar una negociación con igual objetivo, como al inicio del gobierno de Alfonsín.

Cuando terminó la dictadura, su modelo económico continuó, apoyado por los golpes de mercado y por la prensa. Los planes Austral y Primavera llevaron a la hiperinflación y al gobierno de Menem. Éste tuvo que abandonar el intento de conformar una conducción económica más comprometida con el desarrollo productivo e implantó la convertibilidad Un ancla cambiaria puede frenar la inflación, pero la pretensión ilusoria de igualar el peso con el dólar profundizó el endeudamiento, afianzó el poder agrario y financiero e implantó un ajuste que llegó a cerrar los ramales ferroviarios y a privatizar YPF y otras empresas públicas. Mientras el agro se modernizaba tardíamente, a instancias de la demanda china y asiática, se profundizaba la desindustrialización —a la inversa de las economías emergentes— y se reiteraba la especialización agraria y el desarrollo financiero sobredimensionado, preparando la crisis posterior. El acuerdo de Menem y Alfonsín bendecido por el mercado buscó que la diversidad política no obstruyera el modelo tradicional, pese a que el atraso de la industria había reducido la productividad media y agravado los problemas inflacionarios, y la derecha radical asociada al progresismo continuaron la convertibilidad.

En esa línea, los dos columnistas estrella de La Nación y máximos propagandistas de la dictadura, travestidos en demócratas, proponen ahora un frente antigubernamental sin definir su contenido económico. Lo que antes se conseguía con los golpes y las presiones del mercado, ahora se quiere lograr con la agitación sistemática de los medios hegemónicos y la misma falsa amenaza de fascismo que inspiró a la vetusta Unión Democrática. La ofensiva se combina con el lockout de los terratenientes y los grandes arrendatarios y pools de siembra para frenar la venta de soja y reducir el ingreso de dólares y con la amenaza de los fondos buitre de diluir el acuerdo de refinanciación de la deuda. Como la oligarquía no tiene votos, busca recrear un nuevo frente electoral presuntamente democrático y realmente conservador con el peronismo, el radicalismo y centroizquierdistas falsos u oportunistas. La Nación es una muestra de la manera en que el interés de la oligarquía se presenta como una cuestión de calidad democrática de la sociedad.

Carlos Ábalo


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