QUÉ APORTA EL INGRESO DE VENEZUELA

Cuidar el Mercosur

Un balance de la experiencia del bloque exhibe resultados positivos, pero hay todavía cuentas pendientes. Entre ellas, una estrategia común que no relegue a la región al papel de proveedora de recursos naturales y estratégicos.

Cuidar el Mercosur
Más allá de su aporte energético, el ingreso de Venezuela debería enmarcarse en una integración a todo nivel de Sudámerica.

 

El semanario británico The Economist tituló una nota “Mercosur RIP”. Y opinó: “Las medidas proteccionistas y el ingreso por fuera de las normas de Venezuela socavaron la que una vez fue una prometedora unión comercial”. Desde el sur, se ve, más bien, un Euro RIP. Y aceptando que el Reino Unido no es parte del euro, bien cabría una “Unión Europea RIP” —allí sí Londres talla, y fuerte—, ya que la UE está en su peor momento desde que nació a toda pompa mucho antes que el Mercosur.

Sin liderazgo político, colonizada por un poder financiero que hasta elige a sus funcionarios, sin política externa común, con un futuro inquietante ante su falta de recursos estratégicos y la presión demográfica del vecindario frente a su bajo crecimiento vegetativo... Quizá deba pensar, angustiada, en aquella frase que en los ‘90 dijo el entonces primer ministro chino Zhu Rongji: el futuro europeo se reducirá a... museos y turistas. Que Europa de lecciones de antiproteccionismo da risa. Que Venezuela entra “por fuera de las normas” al Mercosur, igual.

No es que el Mercosur pase por una hora brillante. Pero toda construcción integracionista, los europeos lo saben antes que nadie, siempre es carrera de obstáculos. Hasta cabría cuestionar si que el Mercosur eligiera por mucho tiempo a Europa como un modelo a imitar no fue un error. Aunque más cercano en el tiempo, el modelo ASEAN del sudeste asiático luciría más inteligente. La unificación europea nació después de que por siglos gente tan humanista, con un legado cultural tan extraordinario, se masacrara sin piedad, y masacrara tupido allende los mares, de paso. El primer objetivo de una Europa “comunitaria” fue parar de una vez y para siempre la guerra interna, tal lo pensado por sus líderes más lúcidos en 1945. La segunda razón fue erradicar el fantasma del hambre. Después, mucho después, vinieron el análisis y la concreción, con sus más y sus menos, de acuerdos económicos.

El Mercosur, a su modo, también nació cuando los líderes de la Argentina y Brasil, Raúl Alfonsín y José Sarney, tras las dictaduras, decidieron acabar con las absurdas hipótesis de guerra regionales y rescataron la idea de unidad ya explorada por muchos latinoamericanistas anteriores, aun desde el siglo XIX. Luego, en los ‘90, los vientos neoliberales convirtieron al Mercosur en una plataforma de negocios para empresas, en particular multinacionales, desechando otras dimensiones posibles y más necesarias.

Como sea, si en 1990, año anterior al formal Tratado de Asunción, el comercio intra Mercosur rozaba los 8.000 millones de dólares, en 2011 se superaron los 54.000 millones, casi 7 veces más. Muchos socios consolidaron a algún otro como su principal cliente, y esto abarca a los originales —Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay— como a los externos, primero Chile y Bolivia, luego Ecuador, Perú o Venezuela. Las exportaciones del bloque al resto del mundo dieron un salto espectacular. Y el espacio se convirtió en un mejor imán de inversiones externas, que ven en el bloque un mercado ampliado.

Está claro que las divergencias macroeconómicas, la perforación del Arancel Externo Común —cuando el Mercosur pasó de ser mera zona de libre comercio a una pretendida unión aduanera—, las asimetrías perniciosas para los socios chicos, las barreras para-arancelarias entre socios o el aún inmaduro marco institucional debilitaron esos logros en intercambio comercial o inversor, así como otras potencialidades.

En un mundo globalizado, donde además la crisis genera presiones múltiples y diversas, la emergencia de nuevos actores —en especial, los asiáticos— y la exacerbación de competencia por acceder a nuevos mercados también aguijonean al bloque, que a veces parece paralizado o sin respuestas coordinadas frente a cada desafío. Pero el balance del Mercosur sigue siendo positivo. Ahora, se suma el ingreso como socio pleno de Venezuela. Además del dato obvio y fundamental del aporte energético, ello debería enmarcarse en una integración a todo nivel de Sudamérica, como en lo político lo busca Unasur. Es el espacio natural para articular mejor entre países del Atlántico y del Pacífico en comercio, inversiones e infraestructura, pero dando prioridad a integración física interna antes que la integración hacia afuera, que tiende a privilegiar la provisión de recursos naturales y estratégicos al resto del mundo.

La región vive una hora inédita en materia democrática, falta de conflictos internos, crecimiento, ahorro y desendeudamiento, y una saludable intención de disciplinar más a las élites económicas. Una camada de nuevos líderes, empujados por pueblos hartos de siglos de saqueos, marcan un potente presente. Se destaca asimismo el aporte del Mercosur en defensa de la democracia y contra todo intento de golpes, ahora blandos, en Bolivia, Ecuador, Paraguay, aun en Honduras, en esa tierra centroamericana con la que hay que tender puentes —el CELAC es un buen intento—, pero que gira en el eje norteamericano.

La institucionalidad del Mercosur presenta, ya se dijo, debilidades. Y paradójicamente, o quizá por eso mismo, suma y superpone diversas instancias: las siglas mencionadas y varias más que no aparecen en esta nota. Invita a simplificar y ser más expeditivos. A veces, pareciera que este momento histórico no se aprovecha del todo, acaso por tanta deuda interna que aún reclama respuesta de los gobiernos, para consolidar umbrales de poder político, económico, social y cultural que devengan irreversibles cuando, quizá, el péndulo de la historia latinoamericana se vuelva más conservador o reaccionario a estos cambios. Todavía hay tiempo de afianzarlos. Y cuidar al Mercosur es, en esa dimensión, clave.

Néstor Restivo

Periodista de Radio Nacional y licenciado en Historia (UBA)


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