BETO PIANELLI, DIRIGENTE DE LOS METRODELEGADOS

“Acá no hay espacio para estar afuera”

Referente histórico de los trabajadores del Subte y secretario general del sindicato que los agrupa, explica cómo funciona la connivencia entre la UTA y el gobierno porteño. Reseña también su progresivo acercamiento al kirchnerismo y cuestiona la lógica de las orgas de izquierda.

Acá no hay espacio para estar afuera
La declaración de emergencia del subte que impulsa el Gobierno de la Ciudad tiene por objetivo habilitar las contrataciones sin licitación, dice Pianelli.

Foto: Télam

Hincha de Boca, rockero, kirchnerista confeso, dirigente de la CTA, Roberto “Beto” Pianelli ingresó como boletero en el subte recién privatizado y fue elegido delegado en 2000 hasta que, en 2011, fue designado secretario general de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subterráneo y Premetro (AGTSyP). Desde ese lugar, le toca hoy encabezar, una vez más, la resistencia de su sindicato a la ofensiva del gobierno de Mauricio Macri, que pretende anular conquistas como la jornada laboral de seis horas e incluir a los subtes entre los servicios esenciales, lo que le permitiría limitar el derecho de huelga.

Los metrodelegados viven días agitadísimos, con una paritaria de por medio y un plan de lucha en marcha, mientras en la Legislatura se debate el futuro de la empresa de subtes, de la que Macri no termina de hacerse cargo mientras pretende aplicar un impuesto “municipal” a los combustibles, aumentar los peajes de AUSA y las patentes de los autos que superen los 150.000 pesos para financiar el sostenimiento del servicio.

–¿Qué análisis hacen del contexto político del conflicto?

–Nosotros percibimos dos sectores en el Gobierno de la Ciudad: uno más técnico, que representa Grindetti (Néstor, ministro de Hacienda), que maneja la guita, y otro más político, en el que están Chain (Daniel, ministro de Desarrollo Urbano) y Dietrich (Guillermo, subsecretario de Transporte). El discurso en la Legislatura de Piccardo (Juan Pablo, presidente de Subterráneos de Buenos Aires) fue brutalmente en contra de la empresa. Dijo que le van a sacar todos los negocios colaterales, que van a quedar en manos del gobierno, y planteó la posibilidad de estatizarlo o dárselo a otra empresa. Fue muy duro con Metrovías. Dijo textualmente: “¿Por qué no podemos estatizarla, si en la mayor parte del mundo son estatales? O podemos dárselo a una operadora internacional; de las de acá, no nos convence ninguna”. Pensamos que puede ser Alstom, que es la proveedora del subte de Barcelona. Es la peor de todas, está acusada de corrupción en todo el mundo; el Banco Mundial no le da créditos a causa de eso. Y casualmente, la compra para la línea H que se votó en la Legislatura es de coches fabricados por Alstom de Brasil. Hace tres años, la UTA vino por el descuento de 1 por ciento. Hicimos un paro y desistieron. Lo pagaba la empresa. Pero ahora quieren que nos apliquen el descuento a nosotros: es claramente una provocación. Piccardo es un animal. ¿Sabés lo que dijo en la Legislatura?: “Si hay 500 coches, debe haber 500 conductores”. Los compañeros le gritaban: “¡Burro!” Primero, no hay 500 coches, y si los hubiera, no podría haber 500 conductores sino 1.500: si no, tendrían que laburar 20 horas diarias. Ni el subte de París tiene 500 coches, es una brutalidad. Y así siguió: “Hay 150 boleterías, 150 boleteros...” El tipo no tiene idea de dónde está parado.

–¿La empresa tiene una actitud más conciliadora que el gobierno porteño?

–La empresa está preocupada. Macri la quiere echar como sea. La rivalidad entre los grupos Roggio y Macri es histórica. Y al final, a Metrovías le salimos más barato que la UTA: no le cobramos nada, no le pedimos nada por abajo, no somos corruptos. Y saben que tenemos palabra. Después, le dicen a la UTA venga a firmar. Es algo lógico, propio de la puja sindical. Pero el macrismo viene por nosotros porque compró la propuesta de la UTA de destruirnos. Con Menem, lo hicieron: generaron un conflicto salvaje y echaron 4.000 compañeros. Pero ahora eso es imposible. Tenemos una construcción sindical que se renueva permanentemente.

–Además, es difícil justificar un despido tan masivo y afrontar el conflicto social que acarrearía.

–No pueden echar 2.000 ni 1.000. El contexto político no da, además del poder de fuego que tenemos. Nosotros no tenemos ningún problema en hacer lo que haya que hacer. En cuanto al contexto político, tenemos una muy buena relación con el gobierno nacional —de hecho, muchos de nosotros somos kirchneristas—; así que si piensan en una guerra de esas características están locos. Quizás quieran desgastarnos, limarnos, para fortalecer a la UTA. Algunos funcionarios de la Secretaría de Transporte entienden esto: ven que somos razonables; a los que no ven razonables es a los de la UTA, que hacen cualquier barbaridad. Pero se van a llevar un chasco. Cuando hicimos el paro de 10 días, lo levantamos porque conseguimos todo, pero teníamos mucho resto.

–¿Ellos piensan realmente que pueden conseguir anular la jornada de seis horas y que se considere el subte como servicio esencial?

–En la empresa, me decían que la impresión que tienen es que pusieron todo eso para después sacarlo. A mí me parece que metieron toda la brutalidad contra el sindicato para hacer pasar el negocio, la caja negra. La declaración de emergencia es para poder contratar a quien quieran, sin licitación. Fue lo primero que vieron todos los legisladores del arco opositor, no la cuestión sindical, que la llevamos nosotros.

–¿Cómo era la situación cuando entró a la empresa?

–Ingresé en 1994 y salí delegado en 2000, después de un par de intentos. Cuando entré, la mayoría éramos opositores. Nosotros inventamos el cuerpo de delegados. Antes, eran como los de los colectivos. La UTA los llamaba a reunión cada dos meses, les informaba algunas cosas, pero si el delegado tenía un problema no se lo decía a los otros sino a la UTA. No hablaba con las otras líneas. Al poco tiempo, empezamos a reunirnos entre nosotros una vez por semana. Al principio, iban los de la UTA, pero después no volvieron. Un día, vino uno y me dijo: “Boludo, hacés este volante y le ponés Cuerpo de Delegados del Subte-UTA, pero la UTA soy yo. ¿Por qué no venís a hablar conmigo?”. La próxima vez lo firmamos como Cuerpo de Delegados del Subte. Hubo un cambio cultural. Antes, cuando había algún problema, los compañeros preguntaban: “¿Qué dice el sindicato (la UTA)?”. Después empezaron a preguntar: “¿Qué dicen los compañeros de las otras líneas?”. Y ahora: “¿Qué dice el Cuerpo de Delegados?” Seguíamos haciendo asambleas para discutir y decidir, pero se generó una disciplina basada en la confianza.

–Ustedes tienen una oposición fuerte, o por lo menos visible, de los partidos de la izquierda tradicional. ¿Ellos participan de la conducción?

–El estatuto no contempla la participación de las minorías, pero les ofrecimos integrar tres compañeros. Entonces, nos pidieron secretarías. Les dijimos que eso no podía ser porque esos cargos habían sido votados por la mayoría de los compañeros. Al final, no aceptaron. Pensamos modificar el estatuto para que haya representación de las minorías, pero personalmente no estoy de acuerdo en que sea proporcional porque al final va a pasar como en la Universidad: tres o cuatro minorías se anulan entre sí y al final no conduce nadie. Es todo un debate. Muchos compañeros no quieren saber nada con una conducción compartida; dicen que los militantes de los grupos trosquistas plantean discusiones y cuestionamientos que son paralizantes. Hubo una época en que esas orgas no le daban bola al subte; entonces, todos los compañeros, militantes políticos o independientes, nos matábamos en las discusiones, pero cuando había que salir a pelear no había una sola fisura. Después, cuando nos hicimos famosos, empezó la rapiña de los aparatos; las orgas bajaban línea y vinieron las peleas y denuncias destructivas entre los dirigentes que pertenecían a esos partidos.

–Usted empezó a militar en el Movimiento al Socialismo (MAS).

–Milité en el MAS desde 1982 hasta 1994. Después, me fui: había cosas que no podía entender. Por ejemplo, cuando había un conflicto gremial que involucraba a la Legislatura, me decían que tenía que explicarle a los compañeros que no debían tener ninguna confianza en lo que voten los legisladores porque son de la burguesía. Yo pensaba: “Si les digo eso, no va a venir nadie”. Así que me fui, pero eso no implicó un acercamiento al kirchnerismo. El Gobierno me caía muy mal, había cosas que no veía en su verdadera dimensión, como descolgar el cuadro de Videla, por ejemplo. Pero cuando estalló el conflicto por la 125 no tuve dudas. Nosotros íbamos a comenzar un plan de lucha al día siguiente de la concentración de la Mesa de Enlace. Le llamé al “Gordo” (Néstor Segovia, secretario adjunto del gremio) y le dije: “Nosotros no podemos hacer nada mañana, hay que levantar”. El “Gordo”, que estaba en el MST, partido que apoyaba al campo, me dijo: “Yo soy formoseño, conozco bien a estos hijos de puta; mis hermanos trabajan en el campo: son esclavos”. Así que hablamos con Edgardo Depetri para ver como apoyábamos y nos dijo: “Vengan a los actos”. Fuimos, nadie entendía nada, nos miraban y se preguntaban: “¿Qué hacen estos salvajes, troscos, acá?”. Salimos a hacer campaña, tapamos con pegatinas los subtes apoyando la 125 como Cuerpo de Delegados. En los actos, me encontraba con compañeros peronistas y de izquierda que había conocido en la militancia de la secundaria. Pero después vino el acuerdo de Kirchner con la CGT de Moyano para la elección de Cristina y ahí ellos tuvieron las manos libres para liquidar una camada de delegados que había nacido después de 2001. Destruyeron el activismo gremial de Casinos, Propulsora, etcétera. Nosotros quedamos muy vulnerables, no teníamos aire, íbamos a discutir con Schiavi (Juan Pablo, por entonces secretario de Transporte) y toda la runfla de Transporte, que nos quería matar. Era lo peor del gobierno nacional.

–Por entonces, entró al Encuentro por la Democracia y la Equidad (EDE).

–Empalmo con (Martín) Sabattella, a quien conocía de la secundaria. Tenía una posición crítica frente al Gobierno, que yo compartía. Yo nunca me sentí peronista, y encima lidiaba con Schiavi, que nos quería cagar todos los días. Pero después de la 125 vino la radicalización del kirchnerismo y la catarata de iniciativas políticas que todos conocemos: asignación universal, jubilaciones, YPF, matrimonio, ley de medios… Y ahí dijimos: “Acá no hay espacio para estar afuera”.

–Hay una anécdota que ha contado sobre una reunión con Néstor Kirchner cuando era presidente.

–Fue en 2003, cuando peleábamos la jornada de seis horas por insalubridad. En realidad, la reunión era con Alberto Fernández, y del lado nuestro estábamos el Tano Leonardo Gervasi, Andrés Fontes, Charly Pérez, Sergio Chiappe y yo. En eso, entra Néstor: no lo podíamos creer. Como lo cuenta el Tano, te hace cagar de la risa: “Los troscos Charly y Beto saltaron de las sillas. ‘¡Cómo le va, señor presidente!’ Charly por poco no hace la venia”. Era una escena preparada por Kirchner. Hablamos y ahí nomás hizo que se firmara la insalubridad y le bajó esa línea a Aníbal Ibarra, que era el jefe de Gobierno. Al terminar, nos dijo una frase que no entendí hasta mucho tiempo después: “Les estamos tendiendo un puente de plata. Que lo sepan aprovechar.”

–¿Y con Cristina cómo están?

–Cristina se dedica a crear fuerza propia para poder confrontar. Unidos y Organizados es una expresión de eso. Allí estamos todos los que apoyamos este proyecto político y social, por encima de los aparatos tradicionales del PJ. Yo estuve en la cancha de Vélez, en el palco, cerca de Cristina, y cuatro filas más atrás estaba Scioli. Una vez, en la Casa Rosada, estábamos en un acto en la fila dos y pensé: “Estamos en problemas, porque si estamos nosotros acá hay otros que no están y que nos están mirando por TV y dicen: ‘Qué hacen esos en el lugar en que tendríamos que estar nosotros’”.

Dardo Castro


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