ANTE LOS DESAFÍOS DE UNA NUEVA ETAPA
“Ustedes son titulares de los derechos”
Durante el acto del 25 de Mayo, la Presidenta hizo un llamado a defender lo conquistado frente a una derecha multisectorial que se propone refundar la política de mercado que signó los 90 en el país. Para resistir esa ofensiva y profundizar el rumbo, es necesario el respaldo de una amplia coalición política y social.
El propio proyecto ha desatado fuerzas sociales y políticas de una potencia que desborda las identidades partidarias y se prolonga en el tiempo
“Va a pasar lo que ustedes quieran que pase. Porque ustedes son los que están empoderados, ustedes son los titulares de los derechos”. La frase, enunciada en el último aniversario del 25 de mayo a modo de despedida, expresa no sólo una convicción profunda de Cristina Kirchner sino que, al mismo tiempo, alude a la potencia del proceso político y social puesto en marcha hace doce años. Pocos días antes de que se hiciera pública la fórmula presidencial que presentará en octubre el Frente Para la Victoria, con Daniel Scioli y Carlos Zannini, la Presidenta anticipaba de ese modo su respuesta al debate que abrió esa sorpresiva revelación entre propios y ajenos. Aunque la mayoría de los comentaristas políticos y periodísticos interpretó la frase como una exhortación a votar al oficialismo para aventar la amenaza de un regreso a las reformas de mercado que encarna la fórmula opositora encabezada por Mauricio Macri, cabe una comprensión más amplia, que incluye un llamado a la resistencia y la movilización para defender lo conquistado. Es que el futuro inmediato no descansa apenas en un puñado de nombres y sus historias —recordados una y otra vez por la prensa de negocios como anticipo de conflictos presentes o futuros— ya que lo que está en juego excede largamente la estatura de los candidatos en pugna. Cierto es que la Presidenta ha puesto tan alta la valla que ninguno de quienes aspiraron o aspiran a sucederla ha logrado acercarse a una capacidad intelectual y política que volvió ridículos los ominosos augurios sobre la gobernabilidad que, tras la muerte de Néstor Kirchner, proliferaron en la multisectorial de la oposición.
De una parte, la continuidad y profundización del proyecto de inclusión rebasa ampliamente los plazos que fija la Constitución para los mandatos presidenciales, a la vez que, en su desarrollo, el propio proyecto ha desatado fuerzas sociales y políticas de una potencia que desborda las identidades partidarias y se prolonga en el tiempo, dando lugar a una progresiva reconfiguración del movimiento de masas, con una dramática renovación generacional de los dirigentes políticos. Sin esa acumulación, el futuro del proyecto estaría en mucho mayor riesgo, cualesquiera sean los nombres designados para continuarlo. Enfrente, se halla una coalición de fuerzas que ha diluido sus diferencias históricas para condensarlas en una única propuesta, el de las derechas que, en nombre de una democracia liberal vaciada de contenido, procuran acceder al poder político del que se vieron privadas a partir de 2003, para que el Estado vuelva a ser una herramienta decisiva en la distribución y apropiación privada del excedente económico.
Si el apogeo del neoliberalismo en Europa produjo que socialdemócratas y social liberales convergieran con la derecha franca y capitularan ante la hegemonía abrumadora del capital financiero, aquí la confrontación de fuerzas, que no comienza ni culmina en octubre, alinea por un lado a viejas y nuevas fuerzas, al liberalismo de mercado más crudo que representan el PRO y los residuos del procesismo que lo acompañan en todas las listas de candidatos; al radicalismo y los jirones que fue dejando en su larga crisis, todos ellos luchando por su sobrevivencia aún a costa de historia y tradiciones populares y democráticas, e incluso a emergentes del justicialismo que, tras la retirada menemista, se acogieron a su continuidad natural que es la derecha reorganizada en el PRO. En el campo corporativo, al llamado “polo opositor” también lo promueve y sustenta toda la resaca del proceso y el menemismo que, como capas geológicas, se han acumulado en reductos de poder como la Justicia, las facultades de Derecho y de Economía en universidades públicas y privadas; en fundaciones y en los conglomerados de comunicación donde proliferan los analistas devenidos operadores políticos.
Esa conjunción de fuerzas expresa, en el campo de la competencia electoral, a la exasperada constelación de clase que propugna un Estado que ceda sus áreas decisivas al poder rentístico financiero, que abdique de sus deberes sociales y aplique el llamado ajuste estructural que reclaman unánimemente todos los economistas ortodoxos. Pero hasta los grandes diarios de negocios admiten que este programa produciría un grave daño social, que de todos modos se proclama como inevitable, como si el aumento de tarifas, la devaluación masiva y los recortes a la inversión social fueran una amputación quirúrgica, dolorosa pero necesaria para la salud del paciente. Este catecismo económico y sus consecuencias, instalado por los medios hegemónicos como sentido común, está en el centro del debate, aunque los líderes opositores no se atrevan a decirlo con todas las letras y dejen los ominosos augurios a los analistas y consultores financieros y a sus propios asesores, oficiales u oficiosos. En el fondo, al igual que en otras democracias populares de América latina, lo que está planteada es una confrontación de clase, con las características que dicta este momento histórico, ya que lo que se disputa es la distribución de la riqueza, con el salario como termómetro del grado de participación de los trabajadores en el ingreso nacional, lo que también implica la vigencia de los derechos de los jubilados, los desempleados y las familias que han sido dejadas de lado por el mercado y que perciben el salario social a través de las políticas públicas que universalizan su percepción.
Como toda confrontación de clase, la batalla se libra en todos los frentes, en tanto que la disputa por la distribución del ingreso es también cultural y política, ya que se trata de una batalla por la ampliación permanente de la democracia y su núcleo decisivo, los derechos humanos y sociales. Su conquista es, también, la conquista de las conciencias, ya que todo derecho requiere para su vigencia plena de que sea apropiado socialmente. Entretanto, mientras grandes empresarios quieren suprimir las paritarias alegando que les impide planificar la producción con una variable que es imprevisible, porque los salarios se disputan año a año, arrecian los fallos emitidos por jueces que defienden una sociedad jerárquica, prejuiciosa, elitista y retrógrada, donde los que imparten justicia están por encima de cualquier otro mortal, incluso de aquellos que han sido elegidos democráticamente. Ya no se trata sólo de leyes y decisiones del poder político, incluido el Parlamento, sino de fallos que, desde los casos de abortos no punibles, violencia policial y de género, trata de personas, violación de derechos laborales, entre otros, expresan los niveles de resistencia, cargados de violencia implícita o explícita, que suscita la progresión de conquistas democráticas. Porque un fallo que avasalla los derechos de los desposeídos, de los más vulnerables socialmente, implica el ejercicio de una violencia institucional injusta, en una situación de extrema asimetría de poder.
Néstor Kirchner, se ha repetido hasta la saciedad, asumió el poder político en una situación de debilidad extrema, sin contar siquiera con el apoyo de la mayoría de su propio partido, el Justicialista, cuya presidencia asumió recién cinco años después, en 2008. Y años antes, cuando comenzó a recostarse en el PJ y en los intendentes del Conurbano bonaerense y en algunos gobernadores, corría entre los K friendly un chiste que aludía a Carta Abierta: “Néstor hizo bien, la hectárea y media de la Biblioteca Nacional es un poder territorial que no alcanza para sostener la gobernabilidad”. Y luego, cuando Néstor murió, los analistas resucitaron otra vez el famoso apotegma que compara al peronismo con los tiburones cuando huelen la sangre de los heridos. Es decir, Cristina quedaría presa de los caciques del PJ, que le impondrían otro rumbo al gobierno o contribuirían a su desplazamiento de una u otra forma. Nada de eso sucedió, la Presidenta ejerció el poder sin desmayos y con tal osadía frente a las corporaciones que, incluso hoy, el machismo reaccionario y la malignidad política de la oposición atribuyen a un presunto autoritarismo intrínseco.
Del mismo modo, la irrupción de La Cámpora, el Movimiento Evita y otras agrupaciones despertó todas las alarmas, y el famoso trasvasamiento generacional era presentado por los enemigos del gobierno como una prolongación del kirchnerismo en tropas de asalto, mientras la gran prensa atizaba la desconfianza y el rechazo de los intendentes del Conurbano, amos de las estructuras históricas del peronismo en el distrito, hacia las militancias juveniles organizadas de manera independiente, portadoras de remembranzas de los agitados años ’70, que la mayoría de los jóvenes actualizaba con su militancia en organizaciones de derechos humanos y en la reivindicación de la resistencia a la dictadura.
Desde entonces hasta hoy, la construcción de un poder político propio que exprese “la década ganada” se ha desarrollado de manera incesante, y la integración de las listas de candidatos demuestra una renovación sumamente dinámica de los cuadros políticos. Ya la candidatura de Mariano Recalde a jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fue un desafío de la Presidenta, que le dio todo su apoyo a uno de los más vilipendiados dirigentes de La Cámpora por su posición de presidente de Aerolíneas Argentinas, cuya recuperación es una de las acciones emblemáticas de este gobierno. Pero si las listas de candidaturas legislativas expresan el avance de las nuevas generaciones de militantes, la fórmula presidencial, cualquiera que haya sido el proceso previo que culminó en la nominación de esos dos dirigentes, expresa la construcción de poder de una fuerza política de masas, que aún se halla en curso, y que integra y excede al Partido Justicialista y sus dirigentes formales, con un movimiento más vasto y novedoso, más radical en tanto que menor es su burocratización y jerarquización. Pero, esa construcción, si pretendía no ser minoritaria y raquítica frente a un antagonismo sumamente polarizado, debía incluir a las estructuras del peronismo histórico, al sindicalismo tradicional, territorios cuya importancia conocía muy bien un dirigente como Néstor Kirchner. Después de todo, él mismo provenía de esas filas, aunque, como su amigo Alberto Balestrini, se sentía portador de la heroica tradición del peronismo militante y sabía que la memoria histórica tiene un peso en las conciencias que es parte de la construcción política del presente.
Este peronismo, que en gran parte se reconfigura hoy bajo el signo del kirchnerismo, es un frente de masas en crecimiento atravesado por la pluralidad y los conflictos internos, presentes y por venir, que serán el signo de su vitalidad y que la lucha política irá procesando a favor de unos u otros. Pedir garantías de antemano es ilusorio, sólo el desarrollo de una estrategia de poder que se apoye firmemente en la unidad de las fuerzas democráticas y populares, dentro y fuera de las organicidades partidarias, podrá garantizar la extensión y profundización del proyecto igualitario en curso.
El mundo entero se halla convulsionado por la pugna entre un capitalismo depredador que avasalla la democracia y le impone límites infranqueables, causando sufrimientos sociales indecibles y provocando la destrucción acelerada de la naturaleza, y la resistencia de los pueblos que, como en América latina y recientemente en Europa, defienden la vida misma en todas partes.
Dardo Castro
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