Una América del Sur unida

Escribe Héctor A. Bravo

En la década de 1990, en pleno embate neoconservador, tanto las personas como los países practicaron un salvaje “sálvese quien pueda”, creyendo que de esa manera se podía alcanzar una salida a la aberrante política de concentración de la riqueza, en manos de los pocos de siempre.

Algo ha cambiado, por lo menos, en nuestra América Latina, en estas dos primeras décadas del siglo XXI. Por primera vez, yendo más allá de la retórica, y con alguna efectividad, los países sudamericanos han comenzado a trabajar juntos para lograr una sociedad continental más solidaria y justa.

Las experiencias del Mercosur y la Unasur muestran la importancia del acuerdo en el desarrollo de políticas comunes, en cuestiones políticas, económicas y sociales. Yendo más allá de los antecedentes de la ALAC y de ALADI, una práctica común, y un sustrato ideológico compartido de las democracias sudamericanas, representan un intento serio de superar estos tiempos difíciles de la economía global.

Mientras Europa repite los caminos desacertados que recorrieron los países americanos en los ’80 y en los ’90, con ajustes recesivos, desprotección social, desempleo, quita en salarios y jubilaciones, la región transcurre por una vía de crecimiento persistente, que posibilita salir de la miseria neoliberal.

La conflictividad en la región no disminuye por eso. En mayor o menor medida, los grupos del privilegio económico, y la prensa que le es adicta, luchan denodadamente por imponer sus criterios. Países como Venezuela, Ecuador y Bolivia se han visto sacudidos por violentos intentos de torcer la voluntad popular. Y lo lograron en Paraguay, apoyados en una clase política parasitaria que no comparte la necesidad de democratización social y económica que requiere un desarrollo sostenido.

Colombia, Perú y Chile, se mueven en una onda distinta, cada uno con sus conflictos y sus contradicciones, a pesar de lo cual, y más allá de las ideologías particulares, hasta hoy han acompañado en la construcción de la Unasur y en la manifestación de una voluntad política de consolidar las instituciones políticas democráticas, si bien cuesta más su acompañamiento en la construcción del cambio social.

El Mercosur aparece como una nueva “potencia” gracias a su peso territorial, demográfico y económico. Se constituye en un espacio que posibilita un mayor desarrollo industrial, cambiando la dinámica instalada en la región desde la segunda mitad de los ’70. Sería importante que prosiga integrando países afines, como Ecuador y Bolivia, aumentando así el poder de negociación frente a Estados Unidos, Europa, China y el resto del mundo.

Es evidente que no es una tarea simple, y que las propias contradicciones de las respectivas oligarquías y burguesías de cada país juegan incesantemente en contra del proceso de integración. La falta de instituciones políticas integradas y efectivas para la toma de decisiones comunes, que sean plenamente representativas de los pueblos, es uno de los defectos. Las reuniones presidenciales o ministeriales no son suficientes.

América Latina, en su unidad, debe concretar una agenda económica y social que requiere del apoyo popular indudable. Cuidar y aumentar el empleo, aplicar reformas tributarias progresistas, controlar la renta financiera y la especulación, reducir drásticamente la obscena tasa de ganancias de los sectores capitalistas más enriquecidos, redistribuir la riqueza social, no son tareas simples. Debe ser una de las tareas prioritarias de una América Latina unida.