FORTALEZAS, LIMITACIONES Y DESAFÍOS DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO
Un nuevo perfil industrial
Condenada a ser “granero del mundo”, un mito conservador funcional a intereses retardatarios, la Argentina no ha logrado sostener en el tiempo proyectos de desarrollo capaces de modificar su estructura productiva.
La estructura productiva muestra aún un alto grado de obsolescencia tecnológica y una notoria desintegración horizontal y vertical.
El desarrollo industrial de un país, más allá de su carácter económico-tecnológico, implica un proceso cultural complejo y dinámico, de movilización, puesta en juego y cambio del “saber cómo” de la sociedad toda. De ahí que impulsarlo constituya una responsabilidad fundamental de la política.
En la Argentina, la persistente insuficiencia y los altibajos de ese desarrollo industrial han provocado que una gran parte de la población, además de sufrir muy duras postergaciones económicas, todavía permanezca atrapada en una seria alienación cultural —“Argentina, granero del mundo”— impuesta por grupos de intereses económicos e ideológicos a lo largo de casi un siglo.
Durante cortos períodos en las décadas de 1940 y 1960, hubo políticas específicas y estrategias de promoción mediante la participación directa del Estado para el desarrollo de sectores tales como química-petroquímica, siderúrgica, metalmecánica, automotriz, textiles, cauchos, plásticos, celulosa- papel, entre los principales.
En esas etapas, se alcanzaron elevadas tasas de crecimiento de la producción con notorio desarrollo científico y tecnológico aplicado; avances locales en montaje, equipamiento y mantenimiento; grandes inversiones de grupos transnacionales y transferencia de tecnología en ramas capital intensivas; desarrollo de industrias manufactureras por acción de pymes de capitales locales; sustitución de importaciones e incluso exportaciones que insinuaron modificaciones de la estructura agroexportadora.
El surgimiento de la petroquímica, en 1943, ponía en marcha lo que debería haber sido una verdadera revolución tecnológica-industrial, a partir de una rama con grandes posibilidades de integración desde los recursos naturales propios hasta un enorme árbol de productos derivados, y un universo creciente de manufacturas aguas abajo.
Sin embargo, tales intentos no llegaron a afirmarse como para sustentar una tendencia de crecimiento a largo plazo ni un cambio de cultura productiva, toda vez que fueron desactivados en función de fuertes intereses económicos e ideológicos locales que se correspondieron con tendencias geopolíticas predominantes. En el último cuarto del siglo XX, el experimento neoliberal anuló toda participación del Estado en la industrialización, además de desarticular los ministerios de Agricultura, de Minería y de Industria, así como las universidades nacionales y sus institutos de investigación científico-tecnológica; condujo a la pérdida de soberanía nacional y profundizó la regresión cultural con políticas que provocaron un desguace industrial y tecnológico sin precedentes, seguidas de una enorme desocupación y exclusión y una expulsión masiva de cerebros.
El crecimiento del último decenio todavía está riesgosamente apoyado sobre una estructura productiva endeble, con alto grado de obsolescencia tecnológica, desintegrada horizontal y verticalmente y preponderantemente productora y exportadora de bienes primarios y commodities. No obstante el salto cualitativo y cuantitativo que se viene dando en el sector agropecuario y agroindustrial, así como la recuperación y crecimiento de la industria, todavía no se avanza con firmeza en el cambio de la estructura productiva. Y subyace en el imaginario social el dilema “agro o industria”, naturalizado y sostenido por grupos de poder económicofinanciero y sectores políticos, intelectuales y mediáticos conservadores.
El “Plan Estratégico de Desarrollo Industrial 2020”, elaborado por el Gobierno con anuencia de sectores empresariales, constituye un paso fundamental, pero todavía no cuenta con amplio consenso del estamento político ni del sector agropecuario local. Entretanto, para las inversiones en proyectos industriales todavía imperan los criterios economicistas y se soslayan planes y proyectos de industrialización elaborados por equipos técnicos y profesionales reconocidos. Por su parte, la recuperación de YPF aún no recupera su rol activo en el desarrollo intensivo de la petroquímica.
Frente a esta situación, será necesario asumir como política de Estado determinadas líneas de acción para definir un nuevo perfil de desarrollo industrial. A grandes rasgos, ello demandará:
• Un fuerte protagonismo del Estado y el empresariado nacional de todos los sectores productivos.
• Una nueva conciencia social sobre el desarrollo industrial de los recursos naturales.
• Una coordinación de las políticas nacionales y provinciales para promocionar la integración regional a partir de la industrialización de los recursos naturales.
• La promoción de determinadas sectores industriales en función del cambio estructural de la producción.
• Un rápido incremento del desarrollo científico y tecnológico, mediante el impulso y la coordinación del sistema de investigaciones del Estado, las universidades públicas y privadas, las empresas privadas nacionales y los centros profesionales, con presupuestos más elevados y la jerarquización del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
• La implementación de políticas de largo plazo tendientes a la integración vertical y horizontal de la estructura productiva y la maximización del valor agregado y el contenido tecnológico.
• La expansión del mercado interno y la exportación de productos industriales de valor agregado y contenido tecnológico crecientes.
• El desarrollo de una nueva cultura productiva que incluya plenamente el cuidado del medio ambiente.
Nicolás F. Yanno
Ingeniero químico; máster en Petroquímica; director de Revista Petroquímica.
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