Se adapta y castiga a su propio pueblo
"Es probable que algunos sedicentes socialistas como Hermes Binner estén aplaudiendo", dice Rivas.
Por Jorge Rivas
"El cambio comienza ahora", decía el slogan que acompañó la llegada del socialista François Hollande a la presidencia de Francia, hace poco más de dos años. En un país con una extraordinaria historia de lucha social, en la cuna de algunas de las mayores revoluciones políticas del mundo, el fin del oscuro período del régimen conservador que había encarnado Nicolás Sarközy trajo alivio y esperanza.
En la Europa hundida en los efectos de la crisis financiera global, la derecha sólo proponía políticas neoliberales: ajustes, austeridad, destrucción del Estado de Bienestar. El voto popular por el socialismo vino entonces a decir en mayo de 2012 que Francia no se resignaba, y que recuperaba por el contrario sus mejores tradiciones históricas, en contra de la corriente que predominaba en la Comunidad.
A poco de andar, sin embargo, el socialismo francés cambió drásticamente el rumbo que había anunciado en la campaña electoral, y lejos de enfrentar al mundo de las finanzas como había prometido, pareció someterse a los dictados de la canciller alemana Angela Merkel, o de la Comisión Europea.
Si al asumir la presidencia Hollande había hecho nacer en Francia la esperanza de que era posible otra política, al cumplirse un año de mandato ya se mostraba rendido a los mercados. Pero no sólo desertó de su propio programa en lo que se refiere a la política económica. También abandonó, por ejemplo, cualquier propósito de adoptar una política que favoreciera a la castigada inmigración.
Así fue como en marzo pasado los franceses de izquierda lo castigaron con su voto y la victoria electoral fue para la oposición, cuyos candidatos desalojaron a los socialistas de un centenar y medio de municipalidades. En lugar de reaccionar y volver a las fuentes, Hollande leyó al revés el mensaje de las urnas, acentuó su deriva a la derecha, y designó un primer ministro perteneciente al ala más conservadora del socialismo.
El siguiente paso fue lapidario. Para reducir el déficit, según el requerimiento de las autoridades europeas, impuso un recorte brutal a los subsidios familiares, a la jubilación, a los seguros médicos. La rebelión apareció en sus propias filas. Es que no todos los miembros del Gabinete se resignaban a seguir de ese modo las decisiones de la "derecha alemana".
Así está ahora Francia, con su economía en manos de un ex ejecutivo del banco Rotschild que forma parte de un gobierno presuntamente socialista, sumido en la impopularidad y el desconcierto, mientras el gran capital celebra. Francia no va contra la corriente. Se adapta y castiga a su propio pueblo. Lo que se dice un país normal, que confía en la mano invisible del mercado. Es probable que algunos sedicentes socialistas que conocemos más de cerca, como Hermes Binner, también estén aplaudiendo.
Publicado en Tiempo Argentino.
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