LA POLÉMICA RETRÓGRADA SOBRE LOS INMIGRANTES
Odio de clase
Escribe Oscar R. González
Por Oscar R. González
Como integrante de la comisión legislativa que elaboró el proyecto finalmente convertido en la progresista Ley de Migración que nos rige, asisto en estos días con perplejidad a la restauración de retrógradas consignas en relación con los inmigrantes. La excusa, ahora, es la participación de extranjeros en la comisión de delitos, aunque sobran las constancias que ubican largamente a compatriotas nuestros a la cabeza del ranking penal.
La ofensiva contra quienes llegaron aquí para delinquir tiende a construir una víctima propiciatoria. Es un modo de atemorizar a la sociedad y se emparenta con otras manifestaciones de terrorismo mediático, como las que pugnan por que disminuya la edad de imputabilidad sobre la base de otra falacia, según la cual los jóvenes constituirían un segmento social particularmente adicto a violar la ley.
La propuesta de modificar la legislación migratoria, aun cuando no llegara a concretarse, habrá servido a su propósito, que es contribuir a campañas proselitistas que postulan la conocida sociedad de dos velocidades, la de una minoría propietaria que goza de los placeres de la sociedad de consumo y una mayoría de excluidos, que carecen de todo. El país y la sociedad gestados en la última década han alcanzado grados de integración, cohesión social y solidaridades que la contraofensiva de las derechas pone en riesgo, aprovechando el acoso de los fondos buitres y el impacto de la crisis mundial.
Esta renovada intención discriminatoria trae a la memoria aquella famosa Ley de Residencia sancionada en 1902, a pedido de la Unión Industrial Argentina, que quería acabar con las luchas de los trabajadores expulsando a los militantes obreros, en su mayoría anarquistas y socialistas llegados de Europa. La argumentación es, en esencia, siempre la misma, y no discrepa con el discurso que implantó la dictadura: todo inmigrante, sobre todo si es pobre y más aún si proviene de nuestros países vecinos es, junto a cada joven, estudiante, artista, integrante de cualquier minoría y librepensador, un adversario a combatir y un habitante a excluir
Agitar el miedo y el odio chauvinista es parte de las campañas desestabilizadoras utilizadas por la derecha en todas partes, un ardid político que se apoya —y exacerba— los sentimientos egoístas y conservadores que anidan en todas las sociedades. Las propuestas de expulsar a los extranjeros que delinquen —como ayer la de denunciar la ocupación de mano de obra boliviana en la industria de la construcción— son en realidad un ingrediente más en el diseño de un clima enrarecido que desde las crónicas policiales de los medios hegemónicos dibujan ese enemigo que es a la vez interno, porque está entre nosotros, y externo, porque supuestamente viene de afuera, de ese mundo poblado de otros, de distintos, de extranjeros. Así se expresa ese sentimiento perverso que es, en definitiva, un vulgar odio de clase.
* Secretario de Relaciones Parlamentarias de la Nación y dirigente del Socialismo para la Victoria
Publicado en La Mañana de Córdoba
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