EL PRIMER EDITORIAL DE LA VANGUARDIA

Nuestro programa

Aquel texto fundacional, cuya redacción se atribuye a Juan B. Justo, analizaba las veloces transformaciones de un país que se incorporaba a la rueda del capitalismo universal. Asumía también las reivindicaciones planteadas por las primeras organizaciones obreras y proponía un derrotero político en el que asomaban las fortalezas y limitaciones del trabajo socialista en la Argentina.

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Portada de la primera edición, que apareció el 7 de abril de 1894.

 

Este país se transforma. A la llanura abierta e indivisa con el aspecto y en cierta medida las funciones de una propiedad común, han sucedido los campos cercados, que pronto abarcarán toda la superficie utilizable. La gran agricultura se desarrolla donde hace veinte años eran cultivadas por sus dueños unas pocas chacras. El ferrocarril ha muerto a las carretas. Los grandes puertos han suprimido la mayor parte del cabotaje. El Mercado Central de Frutos reemplaza a las antiguas barracas. Hasta la industria, con ser tan rudimentaria, sufre una modificación idéntica. En Buenos Aires las fábricas de calzado y de sombreros, las grandes herrerías y carpinterías suprimen la mayor parte de los pequeños talleres de esos ramos; en Tucumán el trapiche desaparece ante los grandes ingenios de azúcar, y en Santa Fe se multiplican los molinos de cilindros, donde nunca había habido ni tahonas.

Junto con esas grandes creaciones del capital, que se ha enseñoreado del país, se han producido en la sociedad argentina los caracteres de toda sociedad capitalista.

Suprimido toda solidaridad de sentimientos e intereses entre los patrones y los trabajadores, éstos que antes disfrutaban con cierta libertad de los medios de vida que ofrece el país, tienen ahora que someterse a la dura ley del salario si no quieren morirse de hambre. El trabajador, despojado de toda otra cosa, no puede ofrecer en cambio de los medios de subsistencia que necesita, más mercancía que su fuerza de trabajo; y esa fuerza de trabajo es comprada, como cualquier otra cosa, por el capitalista al más bajo precio posible y en la cantidad que le conviene. La existencia de la población trabajadora viene así a depender de leyes idénticas a las que rigen la producción y el cambio de una mercadería cualquiera, la lana o las vacas por ejemplo. Como en el mercando de los cambios el valor natural de una mercancía cualquiera es señalado por su precio de costo, el valor natural de la fuerza de trabajo consiste en los medios de vida necesarios para producir esa fuerza. es decir, el jornalero no recibe como recompensa el producto de su trabajo, ni un valor equivalente, sino la parte que le es estrictamente necesaria para mantenerse, para seguir sirviendo como animal de carga. Todo lo demás se lo apropia el capitalista, cuya ocupación principal es la de gastar ese exceso de bienes de una manera más o menos antisocial.

Y no hay que hacerse ilusiones. Si entre nosotros los salarios son a veces relativamente elevados, es debido a circunstancias transitorias que han de desaparecer para siempre. A medida que se perfeccione la producción y la circulación de las mercancías, el número de brazos disponibles va a ir en aumento, hasta que por fin se forme el ejército de desocupados que ya tiene a su disposición la clase capitalista de los otros países más adelantados. En apoyo de esa aserción, no daremos más prueba que la reciente declaración del gobernador del estado norteamericano de Kansas: en los Estados Unidos, y en los tiempos más prósperos existen ordinariamente un millón de hombres sanos y buenos que no encuentran trabajo. A medida, pues, que se caracterice la explotación capitalista en la República Argentina los salarios van a bajar a su mínimo posible, al mismo tiempo que va a ser más difícil para el trabajador encontrar trabajo.

Pero la ley tiránica del salario, cuyo sólo enunciado muestra que el asalariado no es más que una forma de esclavitud, no ha venido sola. Su acción es ayudada por todos los otros males que trae consigo el capitalismo.

La Bolsa, la especulación, el capitalismo improductivo hacen ya su gran papel en la marcha económica del país. El trabajador cuyo salario se acerca lo más posible a sus más indispensables medios de subsistencia, sufre todavía los efectos del agio, que dirigido por los capitalistas tiende con la suba del oro a reprimir más y más los salarios.

El país desde que ha entrado en la danza de los millones del comercio universal, ha entrado también en la serie de crisis periódicas, propias de la época capitalista, crisis en que siempre los que sufren son los más chicos. En la última, en la de 1889 y 90, los grandes capitales han absorbido todos los ahorros de la clase trabajadora. Tres grandes bancos en que los obreros depositaban la pequeña parte de sus salarios de que habían podido privarse, han quedado saqueados por personajes de todas clases, ministros, generales, vicarios, gobernadores, diputados, etc. No hay necesidad de decir que éstos se han concedido después a sí mismos condiciones de pago que hacen ilusoria toda esperanza de cobro de parte de los trabajadores despojados.

La política es la alternativa del pillaje y de la plutocracia. A la época de Juárez y del politiquero ladrón ha sucedido la época del candidato millonario en el que la posesión de muchos millones es la única garantía de capacidad para dirigir la cosa pública. Los Pereyra, los Unzué, los Udaondo, tan ricos que no tendrían para qué robar, son hoy los preferidos para los altos puestos públicos por los otros ricos, cuya única aspiración es que sus vacas y sus ovejas se multipliquen sin tropiezo.

Puesta en esas manos la dirección económica del país, no es de asombrarse que todas las leyes tengan el más marcado carácter de leyes de clase, y sean calculadas en bien de los propietarios. Entre nosotros la clase trabajadora es la que paga bajo la forma de derechos de aduana casi todas las entradas del presupuesto, mientras que el suelo, que es la cosa imponible por excelencia, paga una contribución irrisoria. El obrero que gasta en artículos de importación de primera necesidad doscientos pesos al año, paga al fisco o al fabricante nacional protegido la mitad de esa suma, como derecho de aduana o como ganancia, lo mismo que paga de contribución el propietario de una legua de campo.

Todo contribuye, pues, a que ya se hayan formado aquí también las dos clases de cuyo antagonismo ha de resultar el progreso social. Ya están de un lado la Avenida Alvear, y del otro un inmenso barrio de conventillos; ya nos deslumbran el Tigre Hotel y el Bristol Hotel, al mismo tiempo que todos los hospitales son pocos. A una clase rica y ociosa cuya única ocupación es variar y ostentar su lujo insolente, hace contraste una clase laboriosa, que después de una vida entera de trabajo, no tiene más perspectiva que la miseria.

Pero junto con la transformación económica del país se han producido otros cambios de la mayor trascendencia para la sociedad argentina. Han llegado un millón y medio de europeos, que unidos al elemento de origen europeo ya existente forman hoy la parte activa de la población, la que absorberá poco a poco al viejo elemento criollo, incapaz de marchar por sí solo hacia un tipo social superior. Además de la capital se han desarrollado varias ciudades importantes.

Se ha formado así un proletariado nuevo que si no está todo él instruido de las verdades que le conviene conocer, las comprenderá pronto. Comprenderá que su bienestar material y moral es incompatible con el actual orden de cosas; comprenderá que la gran producción sólo puede ser fecunda para todos con la socialización de los medios de producción; comprenderá, por fin, que sólo él, el mismo proletariado, puede realizar una revolución tan grandiosa, y se pondrá a la obra. Sus intereses y sus simpatías lo llevan a ponerse al lado del proletariado europeo, en su irresistible movimiento de emancipación, y las estrechas relaciones económicas que el capitalismo ha establecido entre nosotros y Europa, los vapores, los cables, la corriente inmigratoria no hacen sino acelerar esa incorporación.

¿Qué se propone, pues, el grupo de trabajadores que ha fundado este periódico? ¿A qué venimos?

Venimos a representar en la prensa al proletariado inteligente y sensato.

Venimos a promover todas las reformas tendientes a mejorar la situación de la clase trabajadora; la jornada legal de ocho horas, la supresión de los impuestos indirectos, el amparo de las mujeres y de los niños contra la explotación capitalista, y demás partes del programa mínimo del partido internacional obrero.

Venimos a fomentar la acción política del elemento trabajador argentino y extranjero, como único medio de obtener esas reformas.

Venimos a combatir todos los privilegios, todas las leyes que hechas por los ricos en provecho de ellos mismos, no son más que medios de explotar a los trabajador, que no las han hecho.

Venimos a difundir las doctrinas económicas creadas por Adam Smith, Ricardo y Marx, a presentar las cosas como son, y a preparar entre nosotros la gran transformación social que se acerca.

 

La Vanguardia. Año I, Nº 1, 7 de abril de 1894.


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