LOS DE ABAJO
Las democracias ambiguas del siglo XXI
Escribe Juan Carlos Coral
El voto de los muertos, el voto “cantado”, el voto multiplicado en mesas distintas, el fraude, la violencia, todas las trampas de los viejos caudillos conservadores y hasta el recurso extremo del golpe militar hace tiempo que cayeron en desuso, no por un triunfo de la ética y la razón, sino porque perdieron eficacia frente a las herramientas más sutiles que ahora tienen en sus manos. Hoy son otros los protagonistas. Gurúes y publicistas, creativos y embaucadores manipulan las mentes sin necesidad de apelar a la violencia. Alienan conciencias con lo que Víctor Hugo llama componentes tóxicos del mensaje, que generados por matrices de opinión se repetirán millones de veces en un martilleo insoportable. Sueñan con el crimen perfecto, matando la realidad. El mito liberal de la infalibilidad democrática ha quedado, así, definitivamente cuestionado. Nadie podría sostener hoy aquella fe ingenua en una democracia burguesa capaz de tolerar todas las transformaciones, incluido el triunfo de una sociedad socialista mediante una pacífica evolución revolucionaria.
A medida que se agrava la crisis de la economía capitalista, los poderes fácticos avanzan sobre la conciencia colectiva alterando los valores esenciales de la democracia formal. En un reciente libro sobre La democratie ambiguë, Guillaume Rouville afirma que a ningún lector asiduo de Le Monde, The Guardian o The New York Times se le ocurriría dudar del mensaje que propagan esos periódicos. Y mucho antes de que existieran Internet, las redes sociales y la televisión satelital, ya Malcom X alertaba sobre el poder de los grandes medios, diciendo que son capaces de hacernos amar al enemigo y odiar a los hermanos, convertir al culpable en inocente y al bueno en malo. El neoliberalismo pretende regular la democracia con la mano invisible de los medios, así como aspiraba a regular la economía con la mano invisible del mercado.
Con la hegemonía de la comunicación y la cultura, las clases dominantes han decretado el fin de las ideologías, como uno de los paradigmas centrales del neoliberalismo. Quieren reducir la política a técnicas de gestión, el liderazgo a destrezas gerenciales, la prédica política a formatos de publicidad comercial. Pretenden convertir al ciudadano en vecino, integrante neutral de una sociedad idílica sin injusticias, sin privilegios ni pugnas económicas. Como vecino, sería el socio de un club de barrio, donde toda la comunidad lucha por proyectos compartidos, como construir la pileta, agrandar el salón de fiestas, ganar un campeonato. En ese mundo ideal, la lucha de clases no existe, es sólo un invento perverso de agitadores profesionales. Amor y paz. “Vóteme a mí y pare de sufrir”. Esa es su consigna.
En las democracias ambiguas del siglo XXI, las cifras de las elecciones son prolijamente auditadas por organismos internacionales. Ellos dan fe de su autenticidad y transparencia. Pero la trampa, que nadie evalúa, está en la previa manipulación de las opiniones, distorsionadas, adulteradas y falsas. Es como el viejo cuento del contrabando de carretillas. Los funcionarios de la aduana en su rutina, sólo controlan la carga, mientras las carretillas pasan alegremente de contrabando.
De todas maneras, por más adulterada que esté una decisión electoral, siempre debemos descifrar el mensaje oculto que contiene. Analizar las motivaciones que lo determinaron. Y corregir el rumbo, para sortear el viento en contra que frena la marcha.
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