ENTREVISTA CON EL FILÓSOFO POLÍTICO ERNESTO LACLAU

“La prensa ocupa el lugar de la oposición”

El autor de La razón populista analiza el papel funcional a la derecha de algunos opositores de pasado progresista y el protagonismo político asumido por los medios hegemónicos. Tras alertar sobre el rumbo que podrían adoptar las recientes protestas en Brasil, cuestiona el carácter de ciertas denuncias, que históricamente han funcionado como caballitos de batalla contra los gobiernos populares. Finalmente, evalúa que un nuevo mandato de Bachelet podría significar un corrimiento de Chile hacia posiciones más emparentadas con las tendencias que imperan en la región.

La prensa ocupa el lugar de la oposición
Para Laclau, no hay destino para los países latinoamericanos en una perspectiva balcanizada, con cada uno vinculándose directamente con el mercado mundial.

Foto: Fernández y Fuentes

Radicado en Londres desde los años 60, el filósofo y teórico político argentino Ernesto Laclau ve con abierta simpatía el proceso de transformaciones que experimentan diversos países de la región, a los que visita regularmente. Autor de Hegemonía y estrategia socialista, junto a Chantal Mouffe, y de La razón populista, es uno de los exponentes de una nueva forma de entender las prácticas y los desafíos de la izquierda. A mediados de julio, estuvo en Buenos Aires, donde presentó una nueva edición de la revista que dirige, Debates y Combates, y posteriormente viajó a Brasil para dictar unos seminarios. Desde allí, artilugios informáticos mediante, conversó con La Vanguardia sobre la situación argentina y latinoamericana.

–¿Cómo encontró la situación en la Argentina en vísperas de las PASO?

–No la encontré mal. Yo soy más optimista que la mayor parte de los pronósticos de los expertos. De todos modos, creo que estamos en una guerra de posición en la cual el proceso puede avanzar en varias direcciones.

–¿En cuáles?

–Si se consolidara un triunfo de la oposición en la provincia de Buenos Aires, sería un retroceso, aunque en absoluto está garantizado que vaya a haberlo.

–¿Por qué cree que no se ha podido articular una oposición consistente que desafíe el Gobierno desde posiciones que no sean de derecha?

–Porque una oposición de izquierda estaría destinada, ya sea a presentar un programa completamente utópico, que no tiene nada que ver con el país real, o simplemente a ser la pantalla a través de la cual la oposición real, que es de derecha, se va expresando. Y eso no es nuevo. En el año 45, el Partido Comunista, por ejemplo, no tenía una ideología de derecha, pero fue la principal punta de lanza en la constitución del frente oligárquico. Habían ocupado prácticamente la Casa Radical y apoyaban a los sectores más reaccionarios. O sea que no hay relación entre las fórmulas nominales que una oposición usa y el sentido objetivo real de sus políticas.

–Usted había expresado un tiempo atrás, en una entrevista, alguna esperanza de que el Frente Amplio Progresista (FAP) un rol razonable dentro del sistema político argentino. Eso parece haber naufragado, ¿no es cierto?

–Yo creo que sí. Nunca llegaron a constituir una tercera fuerza con una viabilidad política e histórica. Hoy día, sólo existe esa oposición desperdigada, con energúmenos como Elisa Carrió, y otros menos energúmenos en su formulación, pero sin políticas claras de ningún tipo. Frente a eso, la posibilidad de una tercera fuerza ha desaparecido.

–¿Cómo explica la virulencia de ciertos sectores medios, que objetivamente han mejorado su situación personal en estos años?

–Eso no es una cosa nueva en la política argentina. La clase media alta y alta de la Ciudad de Buenos Aires siempre se opuso a los movimientos populares. Yrigoyen tuvo un mal momento con estos sectores; también los tuvo Perón y el kirchnerismo en los últimos años. Hoy, evidentemente están allí organizándose como pueden para dar su batalla.

–En otra entrevista, hacía referencia al sistema de medios o a la prensa como el principal partido opositor en la Argentina. ¿Éste es un fenómeno sólo local o tiene un alcance regional e incluso global?

–Yo creo que tiene un alcance bastante global. Lo que pasa en la Argentina está perfectamente claro. Como la oposición, a través del sistema de partidos, no logra constituir un discurso alternativo, la prensa es la que ha intentado ocupar ese espacio. Ahora, eso ha ocurrido a lo largo de toda América latina, donde los grandes complejos mediáticos corporativos son las fuentes fundamentales de la política opositora. En el próximo número de Debates y Combates, vamos a publicar un ensayo del periodista Raúl Dellatorre en el cual hace una especie de análisis geográfico de la forma en que el poder corporativo de los medios opera a nivel regional.

–¿Qué política cree que las fuerzas progresistas de la región deberían darse en relación con esta prensa o estos sistemas de medios hegemónicos?

–Evidentemente, de lo que se trata es de conseguir una regulación de modo tal que la información no aparezca distorsionada por la acción corporativa de ciertos grupos mediáticos. En la Argentina, eso tiene nombre y apellido: es el Grupo Clarín y todo lo que se vincula a él y algunos otros grupos menos fuertes, subordinados a ese tipo de perspectiva. Es decir, si va a haber una prensa realmente democrática, tiene que romper el monopolio de esa acción corporativa.

–En ese sentido, ¿cómo ve la política comunicacional del gobierno argentino?

–Como absolutamente correcta. La ley de medios es un intento real de democratizar el sistema de información. Y la oposición a la ley de medios por algo se está centrando exactamente en este punto.

–Pasando a la región, ¿ha tenido oportunidad de analizar las causas de las recientes movilizaciones en Brasil? ¿Cómo ve sus orígenes y repercusiones?

–Los orígenes son muy variados. En Brasil, como en toda la región, existe evidentemente un cierto desequilibrio entre las demandas sociales y la capacidad del sistema institucional de absorberlas. Como consecuencia, se han producido estas movilizaciones, que han tenido expresión en grupos de izquierda, pero también mezclados en ella grupos de derecha, incluso grupos profascistas, que tratan de que la movilización se dirija contra el gobierno de Dilma (Rousseff) en una dirección de carácter rupturista. El proceso de las movilizaciones es bastante complejo y sesgado. La movilización no ha continuado en los últimos tiempos. Hay que pensar que el origen de la movilización fue el aumento de las tarifas del transporte en 10 centavos, o sea, nada en términos reales; pero en un clima en el que existía una frustración social generalizada respecto del sistema institucional, cualquier chispa puede provocar un incendio. Si usted piensa en el Cordobazo en la Argentina, en el 69, allí el motivo fue que se había subido el precio del ticket en un restaurante universitario de Santa Fe, es decir, una cuestión mínima. Y eso produjo un incendio total en todo el país, la ocupación de ciudades y una violencia generalizada. Cuando se producen estos estallidos, hay dos dimensiones que me parece importante analizar. Primero, una desproporción entre la causa original y los efectos. Y en segundo lugar, que esos efectos no aparecen nunca determinados por orientaciones ideológicas precisas: pueden avanzar en absolutamente cualquier dirección. Y ése es el peligro, no solamente en la Argentina, Brasil o América latina, sino también en otras movilizaciones que se están dando internacionalmente. En el mundo árabe, el destino de la revolución egipcia de 2011 está realmente pendiendo en la balanza. En otros países del Medio Oriente, también. Yo nunca he compartido esas visiones ultraoptimistas que veían en este despertar una voluntad popular absolutamente unificada. Lo que vi es el surgimiento de una protesta ambigua, que podía avanzar en direcciones sumamente diferentes. Aquí en Brasil, la gente se da cuenta bastante bien de que el destino de esas movilizaciones es algo que permanece con muy poca claridad y que es necesario actuar sobre ellas de modo tal que el proceso no llegue a consecuencias que pongan en cuestión la democracia brasileña y todo el proceso de cambio que se ha dado a partir del acceso de Lula al poder.

–Algunos analistas hacían hincapié en el fenómeno de la corrupción. ¿Qué papel ha tenido ese aspecto en las movilizaciones?

–Cuando la gente empieza a hablar de corrupción, saco el revólver, porque ha sido siempre el caballito de batalla para denigrar a los regímenes populares. Se usó contra Yrigoyen, contra el peronismo, contra el varguismo. Fenómenos de corrupción se producen sin duda en cualquier tipo de régimen, pero hay una actitud sumamente cauta cuando se trata de denunciar la corrupción de los grupos económicos dominantes y por el contrario un discurso desenfrenado cuando se trata de analizarla en los regímenes populares. Aunque haya casos individuales, la corrupción no es nunca una causa social que produzca los efectos que ese tipo de discurso está buscando.

–La denuncia de corrupción suele vincularse muy fácilmente con un populismo de derecha antipolítico.

–Lo que parece ignorarse es que también hay una corrupción en las formas institucionales más tradicionales y aceptadas; pero acerca de eso se dice poco.

–¿Cómo ve la marcha del Mercosur? Más allá de la buena sintonía que hay entre las presidentas de la Argentina y Brasil, ¿no está pendiente una mayor integración política?

–El Mercosur es más bien un organismo técnico-económico. Es la Unasur donde se da la posibilidad de una integración política más grande; pero evidentemente la integración latinoamericana es el camino para el planteamiento de políticas nuevas y progresivas. No habría destino para ninguno de nuestros países si nos mantuviéramos en una perspectiva balcanizada, con cada uno estableciendo su contacto directo con el mercado mundial. Y no habría destino tampoco si la organización de las naciones latinoamericanas incluyera a los Estados Unidos, de modo que nos transformáramos en una prolongación del NAFTA. Hay que ver que desde el comienzo de la Unión de las Repúblicas Americanas, que fue fundada en 1889, se proponía una unión arancelaria de todos los países americanos, con los Estados Unidos incluidos. Eso hubiera sido la consolidación del vasallaje. Los países latinoamericanos han rechazado esa opción sistemáticamente y en la reunión de 2005 en Mar del Plata, que fue un hito fundamental en la formulación de una política latinoamericana global, el proyecto del ALCA de Bush fue rechazado decisivamente por la oposición en buena parte de la Argentina y de Brasil, y de Venezuela por supuesto. A partir de entonces, el Mercosur, la Unasur y las otras entidades ligadas a una política regional integrada han pasado al primer plano. Hay países que han quedado excluidos de allí. Ricardo Lagos, presidente de Chile, votó a favor del ALCA en la reunión de Mar del Plata y Chile tiene un acuerdo comercial con los Estados Unidos que le impide ser miembro pleno del Mercosur. Y Tabaré Vázquez viajó a los Estados Unidos tratando de conseguir un acuerdo similar para el Uruguay. Ese acuerdo fracasó porque su mismo canciller, (Reinaldo) Gargano, que era un líder histórico del Partido Socialista uruguayo, se opuso y porque además todas las normas del Mercosur estaban en contra del tipo de acuerdo que él intentaba establecer. La integración latinoamericana es el nuevo bolivarismo del siglo XXI.

–¿La Alianza del Pacífico —que integran México, Colombia, Perú y Chile— pretende ser un desafío político para esa integración?

–Eso trata de ser evidentemente un contrapeso. Es la otra alternativa, la integración a un panamericanismo de tipo nuevo, que es muy distinto del latinoamericanismo. Y opuesta, en realidad, porque conduciría a la consolidación del poder norteamericano en América del Sur.

–Usted se refirió a la posición de Chile con Lagos. ¿Qué puede suceder con un nuevo mandato de Michelle Bachelet?

–Yo creo que las perspectivas son mucho mejores. El segundo mandato de Bachelet, que está prácticamente garantizado, va a ir mucho más hacia la izquierda que el primero. En el primero, ella estaba coartada por las líneas de la Concertación, por los demócratas cristianos, que habían establecido una continuidad económica con el régimen pinochetista y aunque habían roto en muchos aspectos con los peores excesos de este régimen, no habían hecho un corte radical. La gente no percibía que hubiera empezado algo radicalmente nuevo. Mientras en la Argentina se planteaba la ruptura con el pasado dictatorial, en Chile se hablaba más sobre la reconciliación nacional. Hoy día, la situación ha cambiado. En cierta medida, por el desarrollo del movimiento estudiantil, que ha creado un clima político nuevo. El Partido Comunista (PC), por ejemplo, está en este momento en la alianza que apoya a Bachelet y todo el espectro se inclina más hacia la izquierda. Camila Vallejos, que era la líder del movimiento estudiantil y ahora es candidata a diputada por el PC, forma parte de esta alianza. Me parece que los signos de que Chile pueda incorporarse a los gobiernos nacional- populares del continente en su esfuerzo por afirmar una línea política y económica alternativa son bastante buenos.

 


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