ÁLVARO GARCÍA LINERA, CON LA IZQUIERDA EUROPEA

“La democracia es acción colectiva, no instituciones fosilizadas”

Durante un congreso realizado en Madrid, el vicepresidente de Bolivia planteó cursos de acción para generar un nuevo sentido común, ampliar la democracia con la participación popular, establecer un nuevo vínculo con la naturaleza y recuperar la dimensión heroica de la política. La lucha se libra ante todo en el terreno de las creencias, afirmó.

La democracia es acción colectiva, no instituciones fosilizadas
La política es convencimiento, articulación, idea compartida respecto al orden del mundo”, dijo García Linera.

Foto: www.vicepresidencia.gob.bo

El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, llamó a construir “un nuevo sentido común, progresista, revolucionario y universalista”, a recuperar y ampliar el concepto de democracia mediante una creciente participación de los pueblos en la administración y gestión de los bienes comunes, a establecer una nueva relación metabólica entre ser humano y naturaleza y a reivindicar la dimensión heroica de la política.

García Linera disertó, como invitado especial, en la apertura del cuarto congreso de la Izquierda Europea, realizado en Madrid los días 13, 14 y 15 de diciembre. La organización está integrada por unos 30 partidos socialistas, comunistas, verdes y de izquierda democrática provenientes de 23 países. Durante el encuentro, los delegados debatieron documentos políticos y programáticos y consagraron al griego Alexis Tsipras como candidato a presidir la Comisión Europea para las elecciones de mayo del próximo año.

“Vemos una Europa que languidece, una Europa abatida, ensimismada y satisfecha de sí misma”, que ha dejado atrás “los grandes universalismos que movieron al mundo, que enriquecieron al mundo y que empujaron a los pueblos de muchas partes del mundo a adquirir una esperanza y movilizarse en torno a esa esperanza”, comenzó diciendo el vicepresidente boliviano.

Trazó después una semblanza de las principales características del capitalismo contemporáneo, entre las que destacó su dimensión planetaria, “una especie de regreso a una acumulación primitiva perpetua” junto a una acumulación por expropiación de biodiversidad, conocimientos y recursos naturales, una práctica depredadora y la subsunción de todas las regiones del mundo a su propia lógica. Esas transformaciones, dijo, han modificado también la composición, la naturaleza y la organización de la clase trabajadora, tanto en el plano local como mundial.

Expuso después algunos cursos de acción para las políticas de la izquierda. Tras afirmar que ésta “no puede contentarse con el diagnóstico y la denuncia”, subrayó la urgencia de avanzar en la construcción de “un nuevo sentido común progresista, revolucionario y universalista”.

Planteó después la necesidad de recuperar el concepto de democracia, pero desprendiéndose a la vez de las visiones que pretenden confinarla a un hecho “meramente institucional”.

“¿La democracia son instituciones? Sí, son instituciones, pero es mucho más que instituciones. ¿La democracia es votar cada cuatro o cinco años? Sí, pero es mucho más que eso. ¿Es elegir el parlamento? Sí, pero es mucho más que eso. ¿Es respetar las reglas de la alternancia? Sí, pero es mucho más que eso. Esa es la manera liberal, fosilizada, de entender la democracia con la que a veces quedamos encerrados. ¿La democracia son valores? Son valores, principios organizativos del entendimiento del mundo: la tolerancia, la pluralidad, la libertad de opinión, la libertad de asociación. Está bien, son principios, son valores, pero no son solamente principios y valores. Son instituciones, pero no son solamente instituciones. La democracia es práctica, la democracia es acción colectiva. La democracia en el fondo es creciente participación en la administración de los comunes que tiene una sociedad”, dijo García Linera.

Apuntó también que, si los viejos socialistas de los años 70 planteaban la necesidad de que la democracia tocara las puertas de las fábricas, hoy es necesario ampliar esa demanda a los bancos, las instituciones, los recursos y “todo lo que sea común para las personas”.

En uno de los tramos más aplaudidos de su intervención, cuestionó la utilización de dineros públicos para salvar de la quiebra a las entidades bancarias. “Tiene que ser al revés: usar los bienes privados para salvar y ayudar los bienes comunes, no los bienes comunes para salvar los bienes privados. Los bancos tienen que tener un proceso de democratización y de socialización de su gestión, porque si no los bancos les van a quitar no solamente su trabajo, sino su casa, su vida, su esperanza y todo. Y eso es algo que no se puede permitir”, afirmó.

Sostuvo luego que es preciso impulsar “una nueva relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza” y criticó, en tal sentido, “la lógica de la economía verde, que es una forma hipócrita de ecologismo”.

Por último, llamó a “reivindicar la dimensión heroica de la política” y convocó a que la izquierda se convierta en una estructura organizativa, flexible, crecientemente unificada, “capaz de revitalizar la esperanza en la gente”.

“En el fondo, la pelea por el Estado es una pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal, por un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las personas. Pero eso requiere entonces haber ganado previamente las creencias. Haber derrotado a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común. Haber derrotado previamente las concepciones dominantes de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas. Y entonces eso requiere un trabajo muy arduo. La política no solamente es una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización, que en su momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al orden del mundo”, concluyó.


• Texto completo de la intervención, transcripto por La Vanguardia.

Muy buenas tardes a todos ustedes. Permítanme celebrar este encuentro de la izquierda europea y a nombre de nuestro presidente, Evo, a nombre de mi país y de nuestro pueblo agradecer la invitación que nos han hecho para compartir un conjunto de ideas, de reflexiones, en este tan importante congreso de la izquierda europea.

Permítanme ser directo, franco, pero también propositivo.

¿Qué vemos desde afuera de Europa? Vemos una Europa que languidece. Vemos una Europa abatida. Vemos una Europa ensimismada y satisfecha de sí misma. Vemos una Europa hasta cierto punto apática y cansada.

Son palabras muy feas y muy duras, pero así vemos a Europa. Atrás ha quedado la Europa de las luces, la Europa de las revueltas, la Europa de las revoluciones. Atrás, muy atrás, ha quedado la Europa de los grandes universalismos que movieron al mundo, que enriquecieron al mundo y que empujaron a los pueblos de muchas partes del mundo a adquirir una esperanza y movilizarse en torno a esa esperanza.

Atrás han quedado los grandes retos intelectuales. Esa interpretación que hacían y que hacen los posmodernistas de que se acabaron los grandes relatos, a la luz de los últimos acontecimientos, parece ser que lo único que encubre son los grandes negociados de las corporaciones y del sistema financiero.

No es el pueblo europeo el que ha perdido la virtud ni ha perdido la esperanza, porque la Europa a la que me refiero, la Europa cansada, agotada, la Europa ensimismada, no es la Europa de los pueblos. Ésa está silenciada, encerrada, asfixiada, y la única Europa que vemos en el mundo es la Europa de los grandes consorcios empresariales, la Europa neoliberal, la Europa de los grandes negociados financieros, la Europa de los mercados y no la Europa del trabajo.

Carentes de grandes dilemas, de grandes horizontes y esperanzas, sólo se oye, parafraseando a Montesquieu, el lamentable ruido de las pequeñas ambiciones y de los grandes apetitos. Unas democracias sin esperanza y sin fe son democracias derrotadas. Unas democracias sin esperanza y sin fe son democracias fosilizadas. En sentido estricto, no son democracias. No hay democracia válida que sea simplemente un apego aburrido a instituciones fósiles con las que se cumple rituales cada tres, cada cuatro o cada cinco años para elegir a los que vendrán a decidir de mala manera sobre nuestros destinos.

Todos sabemos y en la izquierda más o menos compartimos un pensamiento común de cómo hemos llegado a semejante situación. Los estudiosos, los académicos, los debates políticos nos brindan un conjunto de ejes interpretativos de lo mal que estamos y cómo hemos llegado ahí.

Un primer criterio compartido de cómo es que hemos llegado a esta situación es que entendemos que el capitalismo ha adquirido, no cabe duda, una medida geopolítica planetaria absoluta. El mundo entero se ha redondeado y el mundo entero deviene un gran taller mundial. Una radio, un televisor, un teléfono ya no tiene un origen de creación, sino que el mundo entero se ha convertido en el origen de creación. Un chip se hace en México, el diseño se hace en Alemania, la materia prima es latinoamericana, los trabajadores son asiáticos, el empaque es norteamericano y la venta es planetaria. Ésta es una característica del moderno capitalismo. No cabe duda. Y es a partir de ello que uno tiene que tomar acciones.

Una segunda característica de los últimos veinte años es una especie de regreso a una acumulación primitiva perpetua. Los textos de Karl Marx que retrataban el origen del capitalismo en el siglo XVI, XVII, hoy se repiten y son textos del siglo XXI. Tenemos una permanente acumulación originaria que reproduce mecanismos de esclavitud, mecanismos de subordinación, de precariedad, de fragmentación, que los retrató excepcionalmente Carlos Marx. Sólo que el capitalismo moderno reactualiza la acumulación originaria, la reactualiza, la expande y la irradia hacia otros territorios para extraer más recursos y más dinero. Pero junto con esta acumulación primitiva perpetua, que va a definir las características de las clases sociales contemporáneas, tanto en nuestros países como en el mundo, porque reorganiza la división del trabajo local, territorialmente, y la división del trabajo planetario.

Junto con esto, tenemos una especie de neoacumulación por expropiación. Tenemos un capitalismo depredador que acumula en muchos casos produciendo en las áreas estratégicas conocimiento, telecomunicaciones, biotecnología, industria automovilística; pero en muchos de nuestros países acumula por expropiación, es decir, ocupando los espacios comunes: biodiversidad, agua, conocimientos ancestrales, bosques, recursos naturales. Ésta es una acumulación por expropiación, no por generación de riqueza, sino por expropiación de riqueza común que deviene en riqueza privada. Ésa es la lógica neoliberal.

Si criticamos tanto al neoliberalismo es por su lógica depredatoria y parasitaria. Más que un generador de riquezas, más que un desarrollador de fuerzas productivas, el neoliberalismo es un expropiador de fuerzas productivas, capitalistas y no capitalistas, colectivas, locales, de sociedades.

Pero también la tercera característica de la economía moderna no solamente es acumulación primitiva perpetua, acumulación por expropiación, sino también subordinación. Marx diría subsunción real del conocimiento y la ciencia a la acumulación capitalista, lo que algunos llaman la sociedad del conocimiento. No cabe duda, y ésas son las áreas más potentes y de mayor despliegue de las capacidades productivas de la sociedad moderna.

Pero también la cuarta característica, cada vez más conflictiva y riesgosa, es el proceso de subsunción real del sistema integral de la vida del planeta, es decir, de los procesos metabólicos de los seres humanos y la naturaleza.

Estas cuatro características del moderno capitalismo redefinen la geopolítica del capital a escala planetaria, redefine la composición de clase de las sociedades, redefine la composición de clase y de las clases sociales en el planeta.

No solamente está la externalización a las extremidades del cuerpo capitalista de la clase obrera tradicional, de la clase obrera que vimos surgir en el siglo XIX y principios del siglo XX, que ahora se transfiere a las zonas periféricas: Brasil, México, China, la India, Filipinas, sino que también surge en las sociedades más desarrolladas un nuevo tipo de proletariado, un nuevo tipo de clase trabajadora, la clase trabajadora de cuello blanco: profesores, investigadores, científicos, analistas, que no se ven a sí mismos como clase trabajadora; se ven a sí mismos como pequeños empresarios seguramente, pero que en el fondo constituyen una nueva composición social de la clase obrera de principios del siglo XXI.

Pero a la vez también tenemos una creación de lo que podríamos denominar en el mundo un proletariado difuso. Sociedades y naciones no capitalistas que son subsumidas formalmente a la acumulación capitalista: América latina, África, Asia. Hablamos de sociedades y de naciones no estrictamente capitalistas, pero que en el conjunto aparecen subsumidas y articuladas como formas de proletarización difusa, no solamente por su cualidad económica, sino por las propias características de su unificación fragmentada o difícil fragmentación por su dispersión territorial.

Tenemos entonces no solamente una nueva modalidad de la expansión de la acumulación capitalista, sino que también tenemos un reacomodo de las clases, del proletariado y de las clases no proletarias en el mundo. El mundo es hoy más conflictivo. El mundo hoy está más proletarizado, solamente que las formas de proletarización son distintas a las que conocimos en el siglo XIX, principios del siglo XX. Y las formas de organización de estos proletarios difusos, de estos proletarios de cuello blanco, no toman necesariamente la forma de sindicato. La forma sindicato ha perdido su centralidad en algunos países y surgen otras formas de unificación de lo popular, de lo laboral y de lo obrero.

¿Qué hacer? La vieja pregunta de Lenin. ¿Qué hacemos? Compartimos definiciones de lo que está mal, compartimos definiciones de lo que está cambiando en el mundo y frente a estos cambios no podemos responder o, mejor, las respuestas que teníamos antes son insuficientes. Si no, no estaría gobernando la derecha acá en Europa. Algo ha faltado y algo está faltando a nuestras respuestas, algo está faltando a nuestras respuestas. Algo está faltando a nuestras propuestas.

Permítanme de manera modesta hacer cinco sugerencias en esta construcción colectiva del qué hacer que asume la izquierda europea.

La izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico y la denuncia. El diagnóstico y la denuncia sirven para generar indignación moral y es importante la expansión de la indignación moral, pero no genera voluntad de poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede ser la antesala de una voluntad de poder, pero no es la voluntad de poder. La izquierda europea, la izquierda mundial, a esta vorágine depredadora de naturaleza y de ser humano destructivo que lleva adelante el capitalismo contemporáneo tiene que aparecer con propuestas, con iniciativas.

La izquierda europea y las izquierdas de todas partes del mundo tenemos que construir un nuevo sentido común. En el fondo, la lucha política es una lucha por el sentido común, por el conjunto de juicios y de prejuicios, por la forma en cómo de manera simple la gente, el joven estudiante, el profesional, la vendedora, el trabajador, el obrero, ordena el mundo. Ése es el sentido común, la concepción del mundo básica con la que ordenamos la vida cotidiana, la manera en cómo valoramos lo justo y lo injusto, lo deseable y lo posible, lo imposible y lo probable. Y la izquierda mundial, la izquierda europea, tiene que luchar por un nuevo sentido común, un sentido común progresista, revolucionario, universalista, pero es obligatoriamente un nuevo sentido común.

En segundo lugar, necesitamos recuperar, como lo hacía nuestro primer expositor de manera brillante, el concepto de democracia. La izquierda siempre ha reivindicado la bandera de la democracia. Es nuestra bandera, es la bandera de la justicia, de la igualdad, de la participación; pero para eso tenemos que desprendernos de la concepción de la democracia como un hecho meramente institucional. ¿La democracia son instituciones? Sí, son instituciones, pero es mucho más que instituciones. ¿La democracia es votar cada cuatro o cinco años? Sí, pero es mucho más que eso. ¿Es elegir el parlamento? Sí, pero es mucho más que eso. ¿Es respetar las reglas de la alternancia? Sí, pero es mucho más que eso. Esa es la manera liberal, fosilizada, de entender la democracia con la que a veces quedamos encerrados. ¿La democracia son valores? Son valores, principios organizativos del entendimiento del mundo: la tolerancia, la pluralidad, la libertad de opinión, la libertad de asociación. Está bien, son principios, son valores, pero no son solamente principios y valores. Son instituciones, pero no son solamente instituciones. La democracia es práctica, la democracia es acción colectiva. La democracia en el fondo es creciente participación en la administración de los comunes que tiene una sociedad. Hay democracia si en lo común que tenemos los ciudadanos participamos. Si tenemos como un patrimonio común el agua, democracia es participar en la gestión del agua. Si tenemos como patrimonio común el idioma, la lengua, democracia es la gestión común del idioma. Si tenemos como patrimonio común los bosques, la tierra, el conocimiento, democracia es gestión, administración común, creciente participación común en la gestión del bosque, en la gestión del agua, en la gestión del aire, en la gestión de los recursos naturales. Ha de haber democracia, hay democracia en el sentido vivo, no fosilizado del término, si la población y la izquierda ayuda, participa, en una gestión común de los recursos comunes: instituciones, derechos, riquezas.

Los viejos socialistas de los años 70 hablaban de que la democracia debería tocar la puerta de las fábricas. Es una buena idea, pero no es suficiente. Debe tocar la puerta de las fábricas, la puerta de los bancos, la puerta de las empresas, la puerta de las instituciones, la puerta de los recursos, la puerta de todo lo que sea común para las personas. Me preguntaba nuestro delegado de Grecia, me preguntaba sobre el tema del agua. ¿Cómo comenzamos nosotros en Bolivia? Por temas básicos, de sobrevivencia: agua. Y en torno al agua, que es una riqueza común que estaba siendo expropiada, el pueblo llevó adelante una guerra y recuperó el agua para la población. Y luego recuperamos no solamente el agua. Hicimos otra guerra social y nos lanzamos a recuperar el gas y el petróleo y las minas y las telecomunicaciones. Y falta mucho más por recuperar, pero en todo caso este fue el punto de partida: la creciente participación de los ciudadanos en la gestión de los comunes, los bienes comunes que tiene una sociedad, una región.

En tercer lugar, la izquierda tiene que recuperar la reivindicación de lo universal, de los idearios universales, de los comunes, la política como bien común, la participación como una participación en la gestión de los bienes comunes. La recuperación de los comunes como derecho: el derecho al trabajo, el derecho a la jubilación, el derecho a la educación gratuita, el derecho a la salud, el derecho a un aire limpio, el derecho a la protección de la madre tierra, el derecho a la protección de la naturaleza. Son derechos, pero son universales, son bienes comunes universales frente a los cuales la izquierda, la izquierda revolucionaria, tiene que plantearse medidas concretas, objetivas y de movilización.

Leía en el periódico cómo se estaban utilizando en Europa recursos públicos para salvar bienes privados. Ésa es una aberración. Estaban utilizando el dinero de los ahorristas europeos para salvar la quiebra de los bancos. Estaban usando lo común para salvar lo privado. El mundo está al revés. Tiene que ser al revés: usar los bienes privados para salvar y ayudar los bienes comunes, no los bienes comunes para salvar los bienes privados. Los bancos tienen que tener un proceso de democratización y de socialización de su gestión, porque si no los bancos les van a quitar no solamente su trabajo, sino su casa, su vida, su esperanza y todo. Y eso es algo que no se puede permitir.

Pero también necesitamos reivindicar en nuestra propuesta como izquierda una nueva relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. En Bolivia, por nuestra herencia indígena le llamamos a eso una nueva relación entre ser humano y naturaleza. El presidente Evo siempre dice: “La naturaleza puede existir sin el ser humano; el ser humano no puede existir sin naturaleza”. Pero no hay que caer en la lógica de la economía verde, que es una forma hipócrita de ecologismo. Hay empresas que aparecen ante ustedes, los europeos, como protectoras de la naturaleza y del aire limpio, pero esas mismas empresas nos llevan a nosotros a la Amazonía, nos llevan a América o a África todos los desperdicios que aquí se generan. Aquí son defensores y allí se vuelven depredadores. Han convertido a la naturaleza en otro negocio y la preservación radical de la ecología no es un nuevo negocio ni es una nueva lógica empresarial. Hay que restituir una nueva relación, que es siempre tensa, porque la riqueza que va a satisfacer necesidades requiere transformar la naturaleza y al transformar la naturaleza modificamos su existencia, modificamos el bios; pero al modificar el bios, como contrafinalidad muchas veces, destruimos al ser humano y también a la naturaleza. Al capitalismo eso no le importa, porque eso es un negocio para él, pero a nosotros sí, a la izquierda sí, a la humanidad sí, a la historia de la humanidad sí le importa. Necesitamos revindicar una nueva lógica de relación, no diría armónica, pero sí metabólica, mutuamente beneficiosa, entre entorno vital, natural, y ser humano, trabajo, necesidades.

Por último, no cabe duda de que necesitamos reivindicar la dimensión heroica de la política. Hegel veía a la política en su dimensión heroica. Y siguiendo a Hegel, supongo, Gramsci decía que en las sociedades modernas la filosofía y un nuevo horizonte de vida tienen que convertirse en fe en la sociedad. No solamente puede existir como fe al interior de la sociedad. Esto significa que necesitamos reconstruir la esperanza, que la izquierda tiene que ser la estructura organizativa, flexible, crecientemente unificada, que sea capaz de revitalizar la esperanza en la gente. Un nuevo sentido común, una nueva fe, no en el sentido religioso del término, sino una nueva creencia generalizada por la que las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su espacio, su dedicación.

Yo saludo lo que comentaba nuestra compañera cuando nos decía: hoy nos estamos reuniendo 30 organizaciones políticas. Excelente. Quiere decir que es posible unirse. Es posible salir de los espacios estancos. La izquierda, tan débil hoy en Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de sus compañeros. Podrá haber diferencias en 10 o 20 puntos, pero coincidimos en 100. Esos 100 que sean los puntos de acuerdo, de acercanía, de trabajo, y guardemos los otros 20 puntos para después. Somos demasiado débiles como para darnos el lujo de seguir en peleas de capilla y de pequeños feudos distanciándonos del resto. Hay que asumir una lógica nuevamente gramsciana: unificar, articular, promover.

Hay que tomar el poder del Estado. Hay que luchar por el Estado, pero nunca olvidemos que el Estado, más que una máquina es una relación, más que materia es idea: el Estado es fundamentalmente idea, y un pedazo es materia. Es materia como relaciones sociales, como fuerzas, como presiones, como presupuestos, como acuerdos, como reglamentos, como leyes, pero es fundamentalmente idea, como creencia de un orden común, de un sentido de comunidad. En el fondo, la pelea por el Estado es una pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal, por un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las personas. Pero eso requiere entonces haber ganado previamente las creencias. Haber derrotado a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común. Haber derrotado previamente las concepciones dominantes de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas. Y entonces eso requiere un trabajo muy arduo. La política no solamente es una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización, que en su momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al orden del mundo. Y ahí las izquierdas no solamente tienen que contentarse con la unidad de las organizaciones de izquierda. Tienen que expandirse hacia el ámbito de los sindicatos, que son el soporte de la clase trabajadora y su forma orgánica de unificación; pero también hay que estar muy atentos, compañeros y compañeras, a otras formas inéditas de organización de la sociedad. La reconfiguración de las clases sociales en Europa y en el mundo va a dar lugar a formas diferentes de unificación, formas más flexibles, menos orgánicas, quizás más territoriales, menos por centro de trabajo. Todo es necesario: la unificación por centro de trabajo, la unificación territorial, la unificación temática, la unificación ideológica. Es un conjunto de formas flexibles frente a las cuales la izquierda tiene que tener la capacidad de articular, de proponer, de unificar y de salir adelante.

Permítanme a nombre del Presidente y a nombre mío felicitarlos, celebrar este encuentro y desearles, y exigirles, de manera respetuosa y cariñosa, luchen, luchen, luchen. No nos dejen solos a otros pueblos que estamos luchando de manera aislada en algunos lugares. En Siria, algo en España, en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia. No nos dejen solos. Los necesitamos a ustedes. Más aún, a una Europa que no solamente vea a distancia lo que sucede en otras partes del mundo sino que una Europa que nuevamente vuelva a alumbrar el destino del continente y el destino del mundo.

Felicidades y muchas gracias.

 


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