JULIO CORTÁZAR Y EL COMPROMISO DEL INTELECTUAL

“Ha llegado la hora de la acción”

El escritor argentino, que adhirió fervientemente a las revoluciones nicaragüense y salvadoreña, expone en este texto póstumo sus ideas acerca de la militancia cultural, el exilio y el sentido de la intervención política.

Ha llegado la hora de la acción
La inserción popular no supone simplificación, dice Cortázar

 

Viejas polémicas sobre el llamado compromiso del escritor se ven hoy felizmente superadas por una problemática concreta: ¿Qué hacer además de lo que hacemos, cómo incrementar nuestra participación en el terreno geopolítico desde nuestro particular sector de trabajadores intelectuales, cómo inventar y aplicar nuevas modalidades de contacto que disminuyan cada vez más el enorme hiato que separa al escritor de aquellos que todavía no pueden ser sus lectores? Por poco dotados que estemos muchos de nosotros en el terreno práctico —y creo que somos mayoría, puesto que nuestra práctica es otra—, a nadie puede escapársele ya la importancia de esta etapa en la que los análisis teóricos parecen haber sido suficientemente agotados y abren el camino a las formas de la acción, a las intervenciones directas. Como ingenieros de la creación literaria, como proyectistas y arquitectos de la palabra, hemos tenido tiempo sobrado para imaginar y calcular el arco de los puentes cada vez más imprescindibles entre el producto intelectual y sus destinatarios; ahora es ya el momento de construir esos puentes en la realidad y echar a andar sobre ese espacio a fin de que se convierta en sendero, en comunicación tangible, en literatura de vivencias para nosotros y en vivencia de la literatura para nuestros pueblos.

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Huelga decir que no estoy abogando por la facilidad, por la simplificación que tantos reclaman todavía en nombre de la inserción popular, sin darse cuenta de que todo paternalismo intelectual es una forma de desprecio disimulado. Las vanguardias intelectuales son incontenibles y nadie conseguirá jamás que un verdadero escritor baje el punto de mira de su creación, puesto que ese escritor sabe que el símbolo y el signo del hombre en la historia y en la cultura es una espiral ascendente; de lo que se trata es que los accesos inmediatos o mediatos a la cultura se estimulen y faciliten para que esa espiral sea cada vez más la obra de todos, para que su ritmo ascendente se acelere en esa multiplicación en la que cada uno, hacedor o receptor, pueda dar el máximo de sus posibilidades.

Pero ya dije que habíamos dejado atrás las teorías y que ha llegado la hora de la acción. Por eso quisiera apuntalar esta voluntad de quehacer en la forma más tangible que las condiciones actuales permiten y sobre todo reclaman. Hace poco, en un discurso que todavía sigue levantando polvo en muchas palestras, el ministro de cultura de Francia afirmó en México que una cultura indisociada de las pulsiones más profundas de los pueblos —y eso no sólo incluye las idiosincrasias étnicas, sino también las opciones históricas y políticas— no es verdaderamente la cultura. Si esta noción no es nueva, en cambio surge por primera vez con la fuerza que le da el de ser proclamada por un Gobierno dispuesto a llevarla a la práctica, lanzada como un desafío frente a las falsas culturas estabilizantes cuando no desestabilizantes, como de sobra las conoce y las sufre América Latina.

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Pocos son los escritores responsables en América Latina que, al margen de sus libros, no participan de una y otra manera en el proceso geopolítico de sus pueblos, tanto en forma directa como indirecta, o bien cumpliendo actividades paralelas de información periodística, o de colaboración con organizaciones nacionales e internacionales que lucha por los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos, sin hablar de muchas otras tareas literarias y extra literarias de solidaridad, de apoyo o de denuncia, según los casos.

Sin embargo, esta creciente intervención intelectual en la materia misma de la historia y de los procesos populares latinoamericanos ha tenido hasta ahora un límite negativo, creado en parte por lo específico y especializado de esas actividades y en parte por el bloqueo que los regímenes opresores de nuestro continente y su vigilante padrino norteamericano oponen a la irradiación de sus líneas de fuerza, del estímulo y la influencia que estas actividades podrían y deberían tener en los niveles populares. Es por eso que nuestro quehacer debe inventar nuevas formas de contacto, abrir otro espectro de comunicaciones en todos los niveles, y es ahí donde los estereotipos profesionales (digamos vocacionales si se quiere, pero agregando que escribir no es sólo vocación, sino traslación, comunicación), es precisamente ahí donde nuestros estereotipos demandan una autocrítica profunda que no todos hemos sido capaces de hacer hasta ahora.

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Muchos de nosotros hemos grabado casetes que son introducidas fácilmente en nuestros países y que tienen un valor a la vez intelectual y político, y muchos hemos aprovechado las facilidades del vídeo para multiplicar una presencia o por lo menos una cercanía. ¿Por qué escritores que se limitan específicamente a escribir artículos que casi nunca pueden entrar en sus países no toman contacto con equipos de vídeo, cada vez más accesibles y numerosos en los sectores militantes latinoamericanos, para burlar fácilmente las barreras de la censura? Yo acabo de hacerlo para los combatientes salvadoreños, y sé de muchos compañeros que lo hacen para Guatemala, Argentina y Chile. Si es cierto que la imaginación es y será nuestra mejor arma para tomar el poder, entendiendo por poder una participación más estrecha y más eficaz en la lucha del pueblo por su identidad y su legítimo destino, nuestro quehacer tiene que articularse a base de técnicas más eficaces que las consuetudinarias, menos estereotipadas que las que emanan de nuestras tradicionales etiquetas de cuentistas, poetas, novelistas y ensayistas, y todo eso sin dar un solo paso atrás en lo que nos es connatural, pero vehiculándolo de una manera capaz de llegar allí donde nunca llegará si seguimos en nuestro viejo circuito rutinario, por más bello, avanzado y audaz que sea en sí mismo.

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Posiciones muy respetables han afirmado el derecho del creador a desligar su obra de toda militancia a favor del contenido estético. Pensamos, por el contrario, que la urgencia de la hora impone al intelectual una triple militancia: la de la participación en las organizaciones políticas progresistas; la de la inclusión del compromiso en el contexto de su obra, y la tercera militancia de batallar por la inserción de su obra en el ámbito real de los medios masivos de comunicación, anticipándose así a la revolución política, que concluirá por ponerlos íntegramente al servicio del pueblo. Porque mientras la política no asegure la liberación cultural de nuestra América, la cultura deberá abrir el camino para la liberación política”.

Sé muy bien que podemos discutir los matices de esa triple militancia, y que por mi parte no creo que el compromiso deba ser una constante invariable en la obra de un escritor, ni mucho menos, puesto que la pura ficción es también una levadura revolucionaria cuando procede de un autor que su pueblo reconoce como uno de los suyos.

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Por más crueles que puedan parecer mis palabras, digo una vez más que el exilio enriquece a quien mantiene los ojos abiertos y la guardia en alto. Volveremos a nuestras tierras siendo menos insulares, menos nacionalistas, menos egoístas; pero esa vuelta tenemos que ganarla desde ahora, y la mejor manera es proyectarnos en obra, en contacto, y transmitir infatigablemente ese enriquecimiento interior que nos está dando la diáspora. Este seminario de escritores amigos, entre los cuales hay tantos exiliados, ha nacido del generoso deseo de una universidad en tierra española que quiso acogerme en su seno y reunirme con todos aquellos que amo y respeto. Ella comprenderá mi gratitud si digo que mi esperanza más honda es la de que nuestro encuentro sea ya un momento útil en ese quehacer que nos preocupa. Porque no es la reunión misma a que tiene importancia, sino su irradiación hacia una América Latina profundamente solitaria, la de millones de hombres para los cuales no hay reuniones, no hay libros, no hay puentes. Si cada uno de nosotros ayuda a proyectarla hacia nuestros pueblos por todos los medios a su alcance, no habremos venido inútilmente a Sitges, no habremos hablado para el silencio. 

Fragmentos de El escritor y su quehacer en América Latina. Se trata de la intervención que iba a exponer en un encuentro de intelectuales del que no pudo participar por razones de salud. Meses más tarde, moría en París.


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