Feminismo a favor de todos
Escribe Susana Rinaldi *
Cuando se habla de cuestiones de género, el sentido común intenta instalar la idea de que se ataca al varón, porque se supone que son cuestiones a favor de la mujer. Es que todo concepto que se instala en una sociedad requiere un aprendizaje previo para que la sociedad no se sienta “menoscabada”. Porque, en todo caso, es a favor de todos, a favor de la conducta que debe ser respetada para evitar tantas figuras horribles como las que se encuentran a diario en las noticias, y que en muchas ocasiones ganan exposición cuando una congénere ya ha sido liquidada, por así decir, por su compañero.
Son exabruptos que la sociedad va mostrando, a la par de una inconducta que tiene tanto que ver con la violencia del hecho en sí como con otro tipo de violencia que se despliega en la comunicación y el tratamiento mediático.
Curiosamente, toda esa violencia está descargada en la mujer. Qué es lo que no se nos perdona, hace muchos años que me lo estoy preguntando. Y por más que estudié, y vi, y hablé y razoné, termino sin comprender esta necesidad de quitar del camino, de desplazar total y absolutamente a la persona que tenemos enfrente, sobre todo si en vez de ser una compañera, una amiga, es una competidora del espacio.
Esto tiene que dejar de ser, definitivamente, para dar lugar a otra manera de relacionarnos desde lo humano, desde la posibilidad de construir una cultura nacional en la que la frase de Cristina, “la Patria es el otro”, también se manifieste en la igualdad de género. Hoy en día, pareciera ser que las mujeres tenemos la obligación, por cómo es la conducta humana que nos registra, de demostrar todo el tiempo lo que hacemos o dejamos de hacer. Es coherente con el “tipo de cultura” que nosotros hemos adquirido malamente a través del tiempo y la distancia. No tenemos que explicar las mujeres por qué decimos lo que decimos, opinamos lo que opinamos. No tenemos nada que decir las mujeres de las razones y los derechos que tenemos, y del espacio que conquistamos a diario.
Como mujer política que soy, también, necesitaría agregar que no hay partido político que no necesite mirarse por dentro para saber hasta qué punto ha cumplido con esta ley inexorable de la vida: dejar al otro, y sobre todo si el otro es mujer, el uso (sin abuso) de su espacio. De eso se trata también.
Esto es ser feminista, es decir, hablar de mí sin hablar de mí. Saber que yo he tenido una suerte infinita de no tener un padre violento, de no tener hermano violento, de no tener familiares violentos, de no haberme casado con alguien violento. Y sobre todo saber que una ha podido educar a los hijos —y sobre todo a los varones— en el sentido del respeto humano que necesita dejar la violencia de lado, por siempre y para siempre. Eso pareciera ser poco.
A pesar de haber sido digamos entre comillas “privilegiada por la vida” en ese sentido, no dejo de pensar en mis hermanas, en mis congéneres que sin querer, de sólo estar, van despertando en el otro que es varón la necesidad absoluta de eliminarlas. Ellos no saben todavía de qué manera se están eliminando cada uno de ellos.
* Legisladora porteña
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