RECONFIGURACIÓN GLOBAL, RETOS ECONÓMICOS Y OPCIONES POLÍTICAS

El programa de la oposición es el ajuste

Bajo la tutela del capital financiero, los países centrales buscan trasladar a la periferia los costos de su propia crisis. En la Argentina, sus aliados objetivos son los que boicotean sistemáticamente todo camino alternativo.

El programa de la oposición es el ajuste
La permanencia de un modelo productivo demanda capturar una parte de la renta agraria por medio de las retenciones.

Foto: INTA

Para superar las limitaciones de la demanda solvente, que crece con más lentitud que la acumulación y conduce a las crisis propias del capitalismo, los países desarrollados desvían sus excedentes de capital hacia los países de menor desarrollo, en créditos o inversión directa, siempre que la tasa de ganancia sea más elevada que en los centros.

Para elevar esa tasa de ganancia, los países desarrollados y las entidades financieras internacionales exigen el ajuste, con restricción de los salarios y del gasto público, de modo que el excedente pueda pagar los dividendos de las transnacionales y las tasas de interés del capital prestado.Como las crisis obligan a las empresas a endeudarse para incorporar tecnología, reducir costos y reanimar la tasa de ganancia, cada vez más capital se destina al crédito, lo que fortalece a la banca de inversión y al capital financiero.

La salida de la crisis de las punto com pareció orientarse a la guerra contra un impreciso terrorismo internacional por los atentados de las Torres Gemelas, pero China atrajo a las empresas transnacionales con sus bajos salarios y su enorme mercado, que posibilitarían el comienzo del renacimiento industrial en el mundo y la recuperación de la tasa de ganancia. La demanda china de alimentos, minerales y energía terminó con el deterioro de los términos del intercambio que relegaba a la periferia, mientras la ampliación continua del crédito en el centro solventó una expansión que se prolongó hasta la crisis de Lehman Brothers, en 2008. La recesión que la siguió pareció ser coyuntural y se la atajó con emisión y estímulos, pero en 2012 su persistencia mostró un problema estructural. La crisis de fondo radica en que el capital excedentario se deriva cada vez más hacia el crédito y produce burbujas financieras. El desplome de las punto com orientó el crédito hacia las hipotecas, dinamizó la construcción y sobrevaloró la propiedad; pero la posterior suba de la tasa y la pérdida de ingresos laborales y de inversión bursátil imposibilitó muchos pagos de hipotecas. La sobreacumulación se manifestó esta vez en créditos hipotecarios sin pago, desalojos masivos y caída del valor de la propiedad. Muchos bancos comerciales que habían colocado préstamos hipotecarios vendieron paquetes de títulos con garantía hipotecaria. Los bancos de inversión que los adquirían se especializaron en crear valores sobre estos créditos, de modo que un mismo activo servía para crear varias apuestas derivadas de la anterior. Los títulos cobraron autonomía respecto de la economía real y el giro financiero total superó en hasta 15 veces el producto mundial. Mientras se pagaban los créditos, seguía la titulación, pero ésta se demostró ficticia cuando ya fue imposible hacerlo.

Los productos derivados potencian la magnitud del capital financiero en giro y conducen a una toma excesiva de riesgos gracias a una liberación de restricciones reglamentarias por las que se pierde la noción de la solvencia. Mediante el crédito, el capital ficticio genera una renta monumental captada en su mayor parte en los países centrales y sobre todo en los que poseen una moneda mundial como el dólar. El sustento está en el crecimiento de la productividad aportada por la tecnología que reduce el empleo y en la radicación de la industria manufacturera en China y los países emergentes, de bajos salarios. Sin esa renta financiera y tecnológica, el mayor valor de la reindustrialización correspondería a los emergentes y a los asalariados. Con el empapelamiento ficticio rescatado con emisión, una parte aún mayor de esa riqueza se transforma en renta y va a parar al centro y a los grandes bancos.

El capital financiero, controlado por la oligarquía financiera internacional, se impone a los demás capitales, trata de controlar el aparato del Estado e influir directamente en la clase política. Como aún no pudo crear un estado mundial a su medida, busca uniformar las políticas económicas nacionales y someter a los distintos sistemas políticos.

El sentido de la política económica es decidido por los grandes bancos de inversión, rescatados por el Estado de los países centrales cuando toman riesgos excesivos, para lo que éste a su vez se endeuda y traspasa su costo a la sociedad mediante el ajuste, que incluye la reducción de los salarios reales y del empleo: la socialización de las pérdidas capitaliza a los bancos transformando en liquidez real el giro financiero ficticio.

En Estados Unidos y en Europa, se prioriza el ajuste, pero en Estados Unidos tiene un papel mayor el endeudamiento apoyado en la emisión, la elevada liquidez y una baja o nula tasa de interés. La razón es obvia: Estados Unidos es la potencia hegemónica y la que más directamente se beneficia con la salida de la crisis. A cambio de aceptar esa hegemonía, Alemania tiene en la eurozona su propio patio trasero, que debe practicar un duro ajuste.

El capital financiero resulta el gran beneficiario de esta forma de capitalismo. Con el salario medio reducido gracias al desarrollo tecnológico y China convertida en el taller del mundo, la única manera de compensarlo parcialmente es mediante subsidios, que sólo pueden tener lugar si el Estado capta una parte de las rentas agrarias o mineras generadas en la periferia. De ahí que una de las exigencias del ajuste es la drástica reducción de los subsidios para que el centro capte más renta.

Desde fines de los 90 hasta 2008, la articulación de China con los otros emergentes abrió un curso de desarrollo inédito para estos países, que pasaron a reunir la mitad del producto bruto mundial. La respuesta estadounidense a la crisis de expansión de los activos ficticios de los grandes bancos consistió en una gran emisión de liquidez para rescatarlos y capitalizarlos con valores reales, lo que apreció las monedas emergentes, incentivó la inflación, desaceleró a estos países y desequilibró sus saldos excedentarios. China, como gran exportador y poseedor de la gran demanda final —casi 20% de la población mundial—, se diferencia de los otros emergentes y, sin erradicar su articulación con ellos, generó más recientemente una articulación superior con Estados Unidos en tecnología sofisticada, que contribuye a sacar a este país de su crisis e impulsar una pauta tecnológica que limita el desarrollo emergente, porque para incorporarla hay que afrontar el pago de fuertes rentas. La gran incógnita es en qué sentido evolucionará el actual capitalismo de Estado chino.

En la Argentina posterior a 2003 la política económica se centró en el desendeudamiento, la industrialización y la captación de una parte de la renta agraria para que el Estado desarrollara los subsidios como complemento del salario, ya que si éstos se elevaran en términos reales limitarían la producción industrial por su dependencia de la competitividad internacional.

La adaptación a este nuevo escenario se hizo presente con la estatización de YPF y la búsqueda de alianzas con grandes petroleras internacionales para explotar el shale gas y el petróleo no convencional, más la decisión de mantener los subsidios; pero el debate público es poco esclarecedor de estos problemas, lo que ayuda a encubrir la política de la oposición de reeditar la subordinación al capital financiero con una nueva versión del ajuste de los 90.

Actualizar el modelo consistiría en mantener la captación de una parte de la renta agraria por el Estado mediante las retenciones, proseguir el desarrollo industrial privilegiando aquellas ramas cuyos insumos mejoren la productividad y corregir el resto con un plan. Al aprovechamiento del gas y del petróleo no convencionales y la minería, habría que agregar una discusión en el Mercosur por las diferencias relativas a los proteccionismos nacionales y una política para acotar la inflación —una constante del último medio siglo, inherente a la acumulación de capital argentina— sin recurrir al ajuste. Esos hidrocarburos no convencionales son los únicos abundantes en el subsuelo nacional para alcanzar el autoabastecimiento, exportar y captar renta. En la minería, hay que tomar en cuenta las limitaciones medioambientales y superarlas con tecnología y no con la veda. Con el litio, a la explotación hay que sumarle el proceso industrial para reforzar la rama de los automotores con la especialización en su alimentación eléctrica. La recuperación del saldo positivo fiscal y la afirmación del comercial tendrían que ser una consecuencia de la reformulación del modelo y no el principio por el que se articule un sucedáneo del de 1976-2001.

La oposición nucleada en la nueva versión de la Unión Democrática disimula poco que su programa es el ajuste. Elisa Carrió dio a entender que la mejor opción era el de Alfonsín —que condujo a la hiperinflación de 1989— y su proclamado amor por “el campo” apunta a la derogación de las retenciones, que quitaría al Estado la participación en la renta, cuando ésta incrementa su peso en el ingreso mundial. Este pretendido progresismo —que reúne a personeros del capital financiero con supuestos centro izquierdistas— llega al colmo de silenciar qué significa el ataque de los fondos buitre a la política de desendeudamiento y la sumisión de los Estados al FMI como parte del aumento de la influencia del capital financiero en la reconfiguración del sistema mundial. Junto con la insistencia en bajar el gasto público y los subsidios, es la mejor muestra de cuál es el programa opositor para reeditar la república oligárquica y la patria financiera.

Carlos Ábalo


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