LOS DE ABAJO
El dios Jano y las dos plazas
Escribe Juan Carlos Coral
En un breve plazo de 90 días, la Plaza de Mayo albergó dos concentraciones multitudinarias, que mostraron rostros diferentes, opuestos, contradictorios. Fueron, en realidad, dos plazas sobre el mismo espacio físico. Dos cabezas de un mismo cuerpo social, que miran en direcciones contrarias.
Una era la imagen de la alegría y la celebración, iluminada por sonrisas infantiles y consignas de una juventud que quiere retomar sueños mil veces interrumpidos. En lugar del ruido sordo, monótono, inexpresivo de las cacerolas, se escuchaba la música de nuestra América, desde Silvio Rodríguez, el trovador de la Revolución Cubana, hasta la Sinfónica Juvenil de Venezuela acompañando a nuestro Fito Páez, “el que nunca pidió permiso”.
La otra, la “cacerolera”, mostraba un rostro descompuesto por la cólera, chillando consignas vacías y confusas, sólo unificadas por las pulsiones de odio y de revancha que los animan. Para un observador desprevenido, sería imposible comprenderlas. Pedían libertad de prensa agrediendo periodistas; reclamaban el fin de la crispación levantando imágenes de horcas; pedían diálogo y consenso gritando “maten a la yegua”; y muchos, todavía solidarios con el genocidio de la dictadura militar, denunciaban como hitlerista al gobierno democrático. Y estaban también, como en Europa, jóvenes “indignados”, sólo que aquí no exigían universidades, ni trabajo, ni vivienda, sino dólares baratos para viajar a Punta del Este.
Para descifrar el misterio de esas dos cabezas, sin analizar el conflicto de intereses que los mueve, habría que apelar a la antigua mitología romana, para evocar a Jano, el dios bifronte, que en un mismo cuerpo contenía dos cabezas mirando horizontes opuestos. Uno de los rostros miraba hacia el este, donde amanece, donde aparece la luz, simbolizando la iniciación de todos los caminos. La otra cara miraba al oeste, al poniente, anticipo de la oscuridad, de la noche y de la muerte. Jano tenía en su propio cuerpo las dos cabezas, las dos puertas, los dos horizontes —ascendente y descendente—, que en el simbolismo astronómico representan la redención y el infierno.
A la plaza del amanecer, sin barreras sectarias, podía ingresar cada uno con sus sueños, mirando al Este, buscando la luz. Yo, por mi parte, entré a la plaza del brazo de Mario Bravo, cantando su himno que convocaba a las juventudes rebeldes:
“Vamos hacia el estadio, hacia la plaza pública/ a cantar por el día triunfal de una República/ sin sables, sin cañones/ sin esclavos y sin explotadores”.
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