DEFINICIONES, OBJETIVOS Y PRIORIDADES DEL TRABAJO SOCIALISTA

“Construir el barco y salir a navegar”

Durante un debate sobre “el socialismo del siglo XXI”, convocado por la Universidad de General San Martín, Jorge Rivas y Guillermo Torremare analizaron el rumbo del actual proceso político argentino y plantearon cursos de acción para seguir avanzando hacia una sociedad más justa. Se reproducen aquí sus intervenciones.

Construir el barco y salir a navegar
“Debemos construir una fuerza socialista verdaderamente popular, que se nutra de la clase trabajadora”, dijo Rivas.

 

Sería un tanto pretencioso de mi parte intentar dar cuenta de un tema como “El socialismo del siglo XXI” en unos pocos minutos. Por eso, me voy a limitar a unas breves reflexiones sobre el tema. Nos hemos pasado buena parte de las últimas décadas asistiendo a congresos, seminarios, y charlas-debate, tanto nacionales como internacionales, acerca del socialismo en el siglo XXI, y siempre abordamos la cuestión como si fuera un ejercicio de futurismo, pero la verdad es que estamos hablando sobre el socialismo de hoy.

Hace tres décadas, en América latina y Europa occidental, era muy significativa la influencia del marxismo, tanto entre la militancia de izquierda como en el mundo intelectual y académico. Son bien conocidos por todos nosotros los episodios sucedidos en el mundo que produjeron una disminución de esa influencia. Entre otros, la crisis del llamado socialismo real y la posterior crisis de la socialdemocracia europea, que provocaron la pérdida de gravitación de los movimientos de izquierda y redujeron el peso específico de las ideas de izquierda en el universo cultural.

Durante mucho tiempo, navegamos con bandera de certeza, aún en el error, y luego, al ver cómo nuestras certezas se pulverizaban, y nuestras categorías de análisis entraban en crisis, nos paralizamos, nos pusimos a la defensiva, y asumimos una actitud política vergonzante. Soy un convencido de que, como integrantes del espacio de izquierda, tenemos también parte de responsabilidad, por omisión, en la aplicación salvaje de las políticas del Consenso de Washington, que empujaron —y aún hoy siguen empujando— a millones de trabajadores al desamparo. No supimos ofrecerle a la sociedad una alternativa superadora a la propuesta neoliberal: estábamos demasiado ocupados en tratar de curar nuestras propias heridas.

Volviendo a lo que decía al principio, no tengo duda de que esta obsesión por proyectar el socialismo a un siglo vista trata de ocultar nuestra incertidumbre acerca de cómo actuar en el presente. En ese sentido, es imprescindible resolver cuáles son las categorías marxistas que gozan de buena salud y cuáles han perimido. Llegado a este punto, tengo que decir que no creo que haya un solo socialismo del siglo XXI. Puede haber tantos como distintas realidades socio-económicas y políticas. Sí hay principios rectores universales, que deben guiar a la acción militante: la solidaridad, la lucha por la igualdad, el tomar siempre partido por la clase trabajadora, la vocación por la trasformación social y la capacidad para individualizar lo más precisamente a nuestro enemigo. Esto último me parece muy importante. Géguel, entre otros, nos enseña que la política tiene una dialéctica en la que el contrario nos define. Aquello contra lo que confrontamos también debe formar parte de nuestra identidad ideológica.

Vivimos un momento de constante mutación de la realidad política. Surgen permanentemente nuevas categorías sociales, el constante avance científico y tecnológico altera las formas de producción y, naturalmente, eso tiene su impacto en la economía y las relaciones sociales. El mundo cambió, el capitalismo cambió, y el socialismo también debe cambiar, manteniendo inalterables nuestros principios, pero teniendo ante lo nuevo una actitud muy permeable. Debemos sacudirnos los dogmas para entender el presente. Es en ese contexto que debemos interrogarnos acerca de qué significa ser socialista en la Argentina de hoy y cuál es el rol que debe jugar una izquierda inteligente.

Estoy convencido de que debemos abocarnos a la construcción de una fuerza socialista de izquierda verdaderamente popular, que debería nutrirse del variado entramado social, particularmente de la clase trabajadora. En nuestro país, la historia de la relación entre la izquierda tradicional y las masas populares es una historia de desencuentros. Por diversos motivos, las organizaciones de izquierda nunca lograron una sólida inserción obrera, y hasta se mostraron distantes de los sectores populares. Es probable que haya influido su incomprensión de las coordenadas de la cuestión nacional en cada momento histórico. Es necesario que no volvamos a cometer ese error.

En el actual escenario, esa construcción de un partido socialista alternativo auténticamente popular se torna imperiosa. Tanto como la necesidad de intervenir activamente en los conflictos que ya se están dirimiendo. De modo que no podemos esperar a que la tarea de organización se haya completado. Giuseppe Fiori ha sintetizado brillantemente esta necesidad política: “Construir el barco, y al mismo tiempo salir a navegar”.

Si bien siempre nos reconocimos marxistas, nunca fuimos de la idea de que la agudización de las contradicciones sociales fuera el preámbulo imprescindible para iniciar una revuelta revolucionaria. O de que debiéramos esperar a que las instituciones del capitalismo se derrumbaran para irrumpir mágicamente de entre sus escombros a construir la sociedad socialista. La historia política del siglo XX en general, y de la Argentina en particular, se encargó de demostrarnos que el eslogan que sintetizaba aquella idea, “cuanto peor, mejor”, no era más que un trágico malentendido Somos conscientes de que cada avance, grande o pequeño, debe contar con nuestro respaldo militante, porque nos acerca a la sociedad que queremos construir. Partiendo de esa premisa, me parece central que abordemos la cuestión de lo nacional y popular.

Debemos entender que nuestro compromiso militante no puede reducirse a alcanzar un objetivo táctico, como el de superar el porcentaje de votos que exigen las PASO, para luego cumplir el objetivo estratégico de meter un diputado entre los 257 que componen la Cámara. Tampoco a ejercer una vocación docente, como si desde la cátedra se pudiera transformar la realidad. Por el contrario, nuestro espíritu militante debe nutrirse de la vocación de transformación social, de transgresión, y de la sed de justicia.

No quiero que esto último se interprete como un desprecio de mi parte a las reglas democráticas, ni como un ataque a la formación intelectual. Trato de decir que si la izquierda no pone esas reglas democráticas y esa formación intelectual al servicio de la transformación social se convierte en una caricatura política, absolutamente inofensiva, que se limita a señalar con el índice las injusticias del sistema.

La transformación social, en América del Sur, se ha encarnado en los últimos años en procesos populares que han dado nuevas perspectivas al socialismo del siglo XXI. Sucede en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador. En la Argentina, un proyecto nacional, popular y democrático de ampliación de derechos se ha enlazado con esos procesos que, entre otras cosas, han puesto límites claros a la dominación de la mayor potencia capitalista y a uno de sus instrumentos globales, el neoliberalismo. Los socialistas argentinos tenemos que participar activamente de este proyecto, cuyos enemigos expresan los aspectos más tenebrosos de la explotación capitalista. Militar a favor de ese proyecto y cerrar el paso a los servidores del retroceso es también ponerse en el camino de la construcción de una sociedad más justa. Probablemente no como nos enseñaban nuestros viejos libros, pero sí como aprendemos ahora de la compleja vida de los movimientos populares.

Jorge Rivas

***

No es posible pensar cuál es el rol del socialismo en la Argentina si no tenemos claro de dónde venimos. Más allá de nuestra historia, de nuestras luchas y del posicionamiento que hayamos tenido, venimos del neoliberalismo más atroz.

El Gobierno que se instaló en 2003 fue el que mejor se posicionó en la historia argentina como contradictor de ese neoliberalismo. Lo hizo jerarquizando dos instrumentos fundamentales, devaluados en su función y dependientes de las corporaciones económicas: la política y el Estado. Con estos elementos, el kirchnerismo generó políticas públicas para subordinar a los sectores más poderosos —que hasta ese momento habían gobernado sin obstáculo— a un proyecto de desarrollo nacional.

Desde ese nuevo lugar, tomó decisiones políticas de envergadura, entre las que señaló dos que considero centrales:

• Integración latinoamericana y rechazo al ALCA —favorecidas por la existencia de gobiernos en la región con los mismos compromisos— que posibilitaron gestionar con relativa e inusual autonomía de los grandes centros de poder económico mundial.

• Desarrollo de una política económica de matriz productivista, por oposición a la de carácter especulativa hasta entonces vigente, que se tradujo en la generación de varios millones de nuevos puestos de trabajo y una baja muy notoria de la pobreza y la indigencia.

Estas decisiones fueron acompañadas con medidas que importan reivindicaciones históricas y creación de nuevos derechos, impensables pocos años antes. No se puede dejar de aludir, por ejemplo, a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia; el matrimonio igualitario; la ley de medios; la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas y de la administración de los fondos previsionales; la Asignación Universal por Hijo y el más alto presupuesto para la educación pública.

El sujeto social que acompañó al primer kirchnerismo fue bastante amplio: no sólo los sindicatos, los movimientos sociales y los sectores políticos progresistas provenientes de diferentes tradiciones, sino también empresarios, gobernadores e intendentes de toda laya. Ese conglomerado fue funcional a la reactivación del país.

Ese sujeto se fue desgajando a medida que el proyecto avanzaba en políticas de transformación. Con cada nueva acción de cambio —y por ende de confrontación con los poderes establecidos— que realizó Cristina Fernández de Kirchner, se descubrió un debilitamiento, un desgajamiento. CFK debió afrontar un escenario donde los consensos no eran tan amplios como en el primer período ni las respuestas tan sencillas.

Hoy subsiste un sujeto social mucho más definido y limitado que apoya y sostiene al Gobierno y que pretende posibilitar el proceso de transformación. Ese sujeto social está hoy mayoritariamente compuesto por los sectores más vulnerables de la sociedad, por los trabajadores asalariados, por las formaciones militantes de base que en todo momento postulan la profundización del cambio, por casi todas las organizaciones que integran el movimiento de derechos humanos.

Creemos que el rol del socialismo hoy debe ser trabajar con ese sujeto social en la idea de librar —como decía Antonio Gramsci— una guerra de posiciones contra el modelo neoliberal que día a día pretende retornar. Esta guerra de posiciones es la lucha popular para derrotar a quienes abierta u ocultamente pretenden reflotar el neoliberalismo. Sin triunfar en esa lucha, no habrá posibilidad de transformación social.

Un mérito de lo hecho es que está más claro que nunca quien está de un lado y quien de otro. Como dice siempre Jorge Rivas, en política también nos define quiénes son nuestros adversarios. Hoy, una porción importante del establishment económico relegado, los medios de comunicación con posiciones dominantes en el mercado de las comunicaciones, no pocos sindicalistas y varios intendentes líderes en oportunismo se erigen como opositores en nombre de las instituciones y la concordia. Y ellos son la alternativa política realmente existente frente al kirchnerismo.

Nos gustaría estar proponiendo la ruptura total con el sistema capitalista, pero siendo realistas y teniendo en cuenta las fuerzas políticas, sociales y económicas actuantes en el país, creemos que la cuestión pasa por esta disputa, por continuar corriéndole los límites al neoliberalismo. Sin esto, no habrá ruptura posible con el capitalismo en un futuro. Y sólo si ganamos ahora podemos comenzar a vislumbrar un orden nuevo y más justo.

La movilización de los actores sociales con capacidad para respaldar el proceso de transformación debe montarse en propuestas concretas que conlleven mejoras mensurables —al decir de Juan B. Justo— de las condiciones de vida de las personas. En ese tránsito los socialistas tenemos mucho por aportar y proponer con la idea de mejorar lo también mucho que se ha hecho. Señalo algunas de nuestras iniciativas:

• La actual ley de Riesgos del Trabajo es mejor que la de los ’90, pero es mala. Ya hemos planteado la necesidad de una nueva, que proteja más y mejor el patrimonio, la salud, la vida y la familia de los trabajadores.

• Existen negociaciones colectivas como nunca antes y eso ha mejorado las condiciones del trabajo y su remuneración, pero es necesario avanzar para hacer realidad la cogestión obrera prevista en la Constitución.

• En casi todas las provincias, existen protocolos para que se permita abortar en los casos de demencia o violación de la mujer, sin necesidad de recorrer previamente un largo y penoso camino judicial; pero es necesario despenalizar totalmente el aborto para que su práctica deje de ser clandestina y por ello segura para las ricas y riesgosa para las pobres.

• Es necesario profundizar la transformación del sistema tributario en dirección a que se elimine el impuesto a todo salario que sea producto de una paritaria.

• Está bien que se haya comenzado a plantear el gravado de la renta financiera, pero ello debe profundizarse para llegar a compensar la desgravación del IVA a los productos de primera necesidad, que son caros para quienes menos tienen.

• Está claro que hoy las fuerzas de seguridad no tienen hoy el poder que tenían hace 10 años, pero se impone avanzar hacia programas de seguridad democrática para que no tengamos que lamentar casos de tortura y gatillo fácil policiales.

• Es cierto que en los últimos 10 años, mediante los planes federales y ahora el Procrear, se construyeron más viviendas populares que en los últimos 50 años; pero también lo es que estamos lejos de garantizar el derecho a la vivienda para todas las personas. En lo inmediato, se impone una profunda modificación a la ley de locaciones urbanas que tienda a facilitar ese acceso.

En política, los momentos no se eligen. Hay que actuar en el hoy y en el aquí. Enrique Dickman decía que el hoy es la síntesis del tiempo y que el aquí es la síntesis del espacio. Nuestra visión idealizada de socialismo —que no es otra que la sociedad en la que “el libre desarrollo de cada uno sea la condiciones del libre desarrollo de todos”, al decir del Manifiesto Comunista— no nos impide afirmar que es necesario transitar esta etapa apuntalando el sujeto social con el cual se pueden sostener las transformaciones que acorralen definitivamente al neoliberalismo, tan presente en todo el mundo, resistir los embates de los poderosos desplazados y, al mismo tiempo, conquistar avances mensurables en la calidad de vida de las personas. Por acá pasa hoy, para nosotros, el camino al socialismo.

Guillermo F. Torremare


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