LA OPOSICIÓN TRATA VANAMENTE DE ARTICULAR ALGUNA OPCIÓN

A contramano y por la derecha

El verano fue pródigo en realineamientos políticos y alianzas insólitas, cuyo único hilo conductor es marchar a contramano del rumbo que sostiene el gobierno nacional. Otra vez, la República se alza para castigar los desvaríos de la democracia.

A contramano y por la derecha
El vamos por todo no es más que una expresión de determinación política para avanzar y hacer frente a renovados desafíos.

Foto: Télam

A comienzos de los 70, Roberto Galán —un personaje de la picaresca que ya había saboreado las mieles del éxito con Si lo sabe, cante en el Canal 9 de Alejandro Romay—, lanzaba Yo me quiero casar, ¿y usted?, un programa que navegaba entre la ingenuidad, la ilusión y el grotesco y al que acudían hombres y mujeres de todas las edades y condiciones para que la tele les prodigara lo que la vida les venía negando. “Se ha formado una pareja”, exclamaba Galán cuando dos de los participantes confirmaban al aire su decisión de iniciar un camino común. La frase, con el matiz levemente irónico que le imprimía el conductor, se transformó en parte del folclore. Y bien podría aplicarse a muchos de los matrimonios políticos en ciernes, algunos de ellos impensables apenas unos meses atrás, celebrados de apuro para no quedar fuera de la pantalla o para blanquear, quizás, embarazos inconvenientes.

“Nosotros hemos tenido muchas respuestas del Gobierno de la Ciudad en beneficio de los trabajadores. Siempre que realizamos algún reclamo nos han dado respuesta”, aseguraba hace poco Hugo Moyano, para agregar que no sucede lo mismo con la Casa Rosada. El secretario de la CGT opositora no ha ahorrado gestos de seducción dirigidos a Mauricio Macri, empeñado a su vez en satisfacer todas las demandas del líder camionero. Ubicados aparentemente en las antípodas del espectro político, comenzaron primero a resultarse simpáticos y ahora se encuentran encantadores. Enfrentados con igual encono al gobierno nacional, no es seguro que hoy se les aplique aquella sentencia de no los une el amor, sino el espanto. Aunque el jefe de Gobierno vive en el selecto Barrio Parque y veranea en el exterior, visita cada tanto Villa Lugano para demostrar su sensibilidad hacia los pobres, aunque no se sale del set que le arman sus colaboradores. En su momento, el menemismo tuvo también su pata sindical y un costado plebeyo; una reedición, con la que sueñan algunas mentes afiebradas, no podría prescindir de ese aporte. Y los rumbos del despecho suelen ser imprevisibles.

No fue la única sorpresa veraniega. A mediados de enero, tres políticos porteños caminaron las playas marplatenses para exhibirse como alternativa política unitaria de cara a las legislativas de este año y, quizás, algo más. Victoria Donda, nacida en la ESMA e hija de desaparecidos, militó en el movimientos de derechos humanos e integra el Frente Abierto Progresista desde el Movimiento Libres del Sur. Empeñosa, se la recuerda intentando, vanamente, que Hermes Bobinner moviera el cuerpo durante los festejos organizados por el FAP al término de las últimas elecciones. Humberto Tumini, secretario del mismo movimiento, militó en el ERP, estuvo preso durante la dictadura y fundó la Corriente Patria Libre a mediados de los 80. El impensado trío se completaba con Alfonso Prat- Gay, un economista ahora enemistado con su mentora en las filas de la Coalición Cívica, Elisa Carrió. Vocero del establishment financiero, colaborador de la finada multimillonaria Amalia Fortabat, fue designado como presidente del Banco Central por Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna, puesto en el que se desempeñó hasta su reemplazo por Martín Redrado, otro golden boy, en tiempos en que el kirchnerismo comenzaba a abrirse paso. Había sido funcionario del JP Morgan y parecía seguir hablando como tal en mayo de 2003, durante una reunión organizada por la Sociedad de las Américas en Nueva York. Presentado por William Rhodes, del Citibank, como “una fuente de continuidad, no importa quién gane las elecciones”, el por entonces titular del BCRA lamentaba que el país hubiera “perdido la oportunidad” de renegociar su deuda externa. El momento propicio era “cuando el país estaba de rodillas”, decía Prat-Gay, que probablemente se encuentre cómodo en ese escenario.

Fundador del grupo Cine Liberación junto a Octavio Getino, fallecido recientemente, Fernando “Pino” Solanas realizó en la clandestinidad su primer largometraje, La hora de los hornos, y estuvo asociado al peronismo combativo hacia fines de los 60 y principios de los 70. Desde entonces, cultivó la ficción política y el documental, con éxito dispar. Más recientemente, se ha mostrado como referente de las causas ambientales y de Proyecto Sur, un agrupamiento de inestable relación con el FAP. Solanas, que cultiva el término mamarracho para referirse a las iniciativas que no gozan de su aprobación o simpatía, acaba de embarcarse en una alianza con Elisa Carrió, actriz protagónica del thriller Los custodios de la República, amante de la tragedia clásica y pitonisa recurrente del desplome de la Argentina, con frustrantes resultados. Ambos se ilusionan con la posibilidad de incrementar por esta vía su incierto caudal electoral, tras romper o disolver todos los acuerdos o experiencias de que formaron parte. Quizás el mayor desafío que enfrentan sea cómo dar cabida, en un mismo espacio y no demasiado amplio, a dos personalidades de exuberante autoestima.

Más allá de cómo se presenten, el hilo conductor de estas parejas, que hubieran disparado el de por sí alto rating del programa de Galán, es una alternativa por derecha al rumbo planteado por el gobierno nacional de 2003 en adelante. Para el relato construido por los medios hegemónicos, el que personajes provenientes de la izquierda, el progresismo o el populismo se sumen a esa opción revela a qué punto llega el hartazgo con el kirchnerismo. Pero, sobre todo, es altamente funcional para la afirmación y la aceptación social de un proyecto que no se propone, precisamente, profundizar la democratización de la economía, la sociedad y la política, sino todo lo contrario.

Ni los partidarios más incondicionales del gobierno nacional creen que la Argentina está en el mejor de los mundos posibles o que carece de problemas. Y así lo admiten cuando plantean la necesidad de encarar las cuentas pendientes —que no son pocas, como corresponde a un país que sufrió como pocos la devastación neoliberal, la enajenación de su Estado y la cooptación de su clase política— y ampliar y enriquecer el horizonte de lo posible. El vamos por todo, bastardeado por los columnistas del establishment y los autores del libro homónimo, un economista del macrismo y un politólogo que alguna vez frecuentó los pasillos del progresismo light, no es sino una expresión de determinación política para avanzar y hacer frente a renovados desafíos. En tal sentido, la consigna enunciada por Cristina Fernández es la contracara del posibilismo tan caro —en ambos sentidos de la palabra— al radicalismo tradicional y del consenso que se ofrece como alternativa a la crispación que propone la Casa Rosada.

Aunque no son necesariamente términos antagónicos, la República suele ser presentada como una categoría moral superior a la democracia. Y el dilema entre ambos reaparece toda vez que sus custodios creen que el gobierno del pueblo ha ido demasiado lejos. Así, ocurrió, sin ir más lejos, en vísperas del sangriento golpe de 1976. Quizás el secreto se encuentre en que la vigilia sobre la República corresponde a personajes e instituciones situados por encima y por fuera del sistema político, y por lo tanto no obligados a conquistar demagógicamente las preferencias populares. Y en que la adhesión a su causa no inhibe el apoyo a toda dictadura que se precie.

Ganados por ese republicanismo abstracto, muchos opositores que amenazaban con un mejor destino se desesperan por contar con el beneplácito de los dueños de la República, que son —no por casualidad—, los dueños de los bancos, los campos, los medios y algunas poderosas empresas industriales. Desde ya, no hay un solo rumbo posible para la Argentina, como no lo ha habido en ningún proceso de transformación. De hecho, el kirchnerismo se ha replanteado sus pasos en más de una ocasión, aunque no para abjurar de sus convicciones sino para cumplir el mismo objetivo de manera diferente o para encarar nuevos desafíos cuando los tiempos políticos o las condiciones subjetivas lo permitieron.

Lo que la República y muchos de los opositores que cobija no le perdonan al actual gobierno es que ha levantado el piso necesario, no sólo para participar electoralmente, sino para gravitar sobre la conciencia del pueblo. Cuando Néstor Kirchner murió, el brasileño Lula señaló que el ex presidente les había devuelto la autoestima a los argentinos. En efecto, la dignidad, la participación, el cuestionamiento a las verdades impuestas durante décadas, la irreverencia frente a las instituciones sagradas, el ejercicio de derechos, el nivel de ingresos y condiciones de trabajo adquiridos, recreados o fortalecidos a lo largo de esta década constituyen un umbral del que será difícil bajar, algo que desvela a no pocos políticos y al gran capital. A los unos, porque en el mejor de los casos imaginan que no les bastará su progresismo de salón; a los otros, los que se ilusionan con el país de rodillas que añoraba Prat-Gay, porque saben que los trabajadores y las clases populares ya no aceptan el ajuste como destino ineluctable, inscripto en la naturaleza de las cosas.

Alguna vez, Carlos Marx dijo que la teoría se transforma en una fuerza material cuando penetra en las masas. Esto es precisamente, lo que está en juego.

Guillermo Wolff


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